28/10/15

Vampyr (Carl Theodor Dreyer 1932)

Cuidado con la bruja vampiro

Por Jorge Le Brun



“Vampyr es la única película que merece ser vista varias veces”
-  Alfred Hitchcock


Carl Theodor Dreyer fue uno de los más grandes directores del cine clásico, un poco descuidado quizá el día de hoy, pero fue uno de los artistas más importantes de la historia del cine. Quizá el descuido es debido a la dificultad para analizar sus primeros trabajos, de los que solo cae en la memoria su famosa La pasión de Juana de Arco (1928); las dificultades que hubo por mucho tiempo para el análisis fueron las de acceso a la obra. Para los que lo estamos conociendo (me reconozco uno), al menos en lo que he visto, su trabajo es el de un estudiante; puede verse una evolución gradual de las técnicas que usaba el cineasta hasta dejar su marca en el montaje y en su búsqueda por acceder a los sentimientos de sus personajes, de forma que nadie lo hacía; quizá le digan despectivamente “artesano” en un arrebato esnobista, pues su obra en realidad es heterogénea, no se casaba con un tema. Entendió perfectamente el mundo psicológico que revelan los objetos y su interacción con los sujetos “la abstracción formal a través de la imagen”, es decir, manifestar la subjetividad de los personajes con todo lo que los rodea reduciendo la función ilustrativa de los fondos al mantener en escena únicamente aquellos objetos que sirviesen de testimonio de la psicología de los personajes o que contribuyesen al refuerzo de la idea central planteada en el filme.

El director danés había decidido hacer una película fuera de los estudios un año después de La pasión de Juana de Arco, justo para ser golpeado por una gran crisis en Europa; la llegada del cine sonoro que le rompía las pelotas al continente a excepción de Inglaterra, a donde Dreyer tuvo que mudarse para actualizarse tecnológicamente hablando. En su viaje decide que su próximo trabajo será algo sobrenatural; le pareció que era lo más cool del momento y se pone a leer lo que encuentra del tema. Al enterarse él y Christen Jul (co-escritor de Vampyr), que en un teatro había tenido gran éxito una versión teatral de Drácula en 1927, se dieron cuenta que los vampiros eran el último grito de la moda (si supiera). Vampyr (1932), conocida en español como La bruja vampiro, fue el producto de este acto de sublimación, ligeramente inspirado en dos trabajos de Sheridan Le Fanu: La posada del dragón volador (en donde hay un entierro “prematuro”) y Carmilla (historia con una vampiresa lesbiana); ambas de 1872.




La película más atípica de vampiros que te puedas imaginar, estar en la vanguardia le salió caro a Dreyer. Su primer “hijo” sonoro era muy rebelde, un fracaso en taquilla y lo retiró de la dirección por 11 años. La prensa en Alemania y el este de los Estados Unidos casi la ponía como la peor película que habían visto. El hijo creció muy grande y bien parecido; el día de hoy esta película tiene una probación del 100% en rotten tomatoes, la crítica profesional la pone en un pedestal y no es para poco; ni si quiera los que odiaron la película en su momento de estreno pudieron negar las alucinantes e impresionantes imágenes que esta emanaba. Vampyr no es la clásica película de vampiros aristócratas villanos, ni de los que filosofan, ni mucho menos de los que brillan en el día como si fueran refractarios...perdón, reflectores; y aun así conserva el elemento fantasmagórico y demoníaco del vampiro clásico.    

Un joven fantasioso, Allan Gray (Julian West), hace uno de sus viajes nocturnos por una de las regiones del noreste de Francia, y termina en una solitaria aldea llamada Courtempierre. El hombre es un apasionado de la demonología y los temas ocultistas, y hace uno de esos viajes para reflexionar sobre sus estudios. Durante la noche un extraño sujeto se aparece en su habitación; le deja un paquete con la indicación de abrirse después de su muerte. Gray no sabrá si todo lo que empieza a ver a partir de ahí se trata de algo real o de pesadillas, pero al indagar nota que sucesos paranormales ocurren en el pueblo. Hasta el descubrimiento de una joven doncella con marcas de mordidas en su cuello; la sombra de una demoníaca vampiro se cierne sobre todos; parece doblegar la voluntad de una familia, y al querer tomar sus almas a empezando con la joven mujer.

La película es atípica a la narrativa del género, no al concepto del vampiro como fuerza del mal poderosa; Dreyer experimenta con nuevas formas de tratar el mito, planteando la historia como una precursora de las narraciones de posesiones diabólicas (que el día de hoy son lo que más atrae) difiriendo de las características del trabajo de Bram Stoker llevado al cine por Tom Browning un año antes (Drácula 1931). La aparición de estos vampyrs está relacionada con la luna llena; están dotados de poder sobre las fuerzas fantasmales, las sombras y espíritus de sus víctimas; su origen es una posesión maligna derivada de sus actos durante la vida; al parecer la mordedura es lo que hace que comience a poseer a sus víctimas generando seres cuya existencia depende de su creador; esa presencia los incita al mal y los convierte en sirvientes de las sombras motivados por la sed de sangre; solo si muriera el vampiro las almas atrapadas quedan libre. Estos seres según Vampyr, suelen buscar a sus víctimas en espacios abiertos y solitarios para poder actuar de forma discreta; se rodean de sirvientes humanos que se mueven en el día para acercarse a sus víctimas, a las cuales incitan al suicidio con el propósito de tomar sus almas. Como dato curioso, es bueno decir que originalmente Bram Stoker pensaba llamar a su legendario vampiro, Conde Wampyr, palabra que proviene de regiones eurasiáticas y que significa "ser volador", "beber o chupar", que también hace alusión a la especie de murciélago que succiona sangre.




La estrella de singular relato fue conocido por Dreyer en una fiesta; el barón Nicolás de Gunzburg, banquero, aristócrata y socialite, quien se ofreció como mecenas con la condición de ser el protagonista del proyecto que financiaba; a cambio tenía el dinero suficiente y plena libertad creativa. Aquí es otra de esas facetas que a veces no apreciamos, en donde se ve la buena dirección; el barón era tan mal actor que hasta de modelo había quedado mal (reconociéndole que su desempeño fue perseverante); la naturaleza del filme neutraliza estos aspectos, al crearse un mundo surrealista y onírico, en donde la falta de pausa hace que puedas perderte en las imágenes increíbles, entre lo que es real y lo que no, como le sucede al personaje principal. Y aquí, el joven adinerado utiliza el seudónimo en pantalla de Julian West para evitar el escrutinio de su familia y colegas, por el temor de que cuestionaran sus ilusiones de ser un pobre actor, ya que no era un buen negocio en aquella época.  

Hablando de la narrativa, el protagonista en muchos aspectos no es más que un espectador, y la temible “bruja vampiro” (Henriette Gérard) solo aparece de forma sutil y sin prestar enfrentamiento directo, pero creando los acontecimientos en los que el mal nunca duerme. Mientras la labor de héroe recae en un mayordomo (Albert Brass) que al final combate contra la maldición como un leñador abriéndole la panza al lobo que se comió a caperucita, que aquí es la joven Léone (Sybille Schmitz). El umbral entre lo onírico, lo real y lo sobrenatural es irreconocible; hay un velo de misterio, pero reconozco lo que más llama mi atención del primer trabajo sonoro de su realizador es lo poco que lo utiliza; de hecho los diálogos son pocos y solo son usados para apoyar la acción; siendo las imágenes el auténtico dialogo, se siente natural. También en esta película se pueden ver reminiscencias del cine mudo como las tarjetas de títulos con las que se explicaba la historia, en ocasiones sustituidas por libros que los personajes leían proporcionados por tomas subjetivas.




La película tiene influencias del famoso cine expresionista, es lo que se le llama hoy en día una película experimental; vampiros, esqueletos, sombras animadas hacen gala en ese trabajo. Una de las escenas más alabadas al día de hoy, es sin duda la toma subjetiva en un ataúd desde la posición del difunto; Gray en una secuencia de sueños encontrando el ataúd y viéndose a sí mismo como el contenido de este. Las imágenes simbólicas de esta película son muchas; el protagonista al llegar al hotel observa a un sujeto con una guadaña esperando a un barquero en el muelle, donde quizá el barquero Caronte deambula y trae a la gente a ese fantástico lugar; el río es la frontera que cruzamos con Gray para llegar a este otro mundo, influencia que se retomaría posteriormente en el cine. 



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