13/10/15

Spider (David Cronenberg 2002)

Edipo rey psicótico

Por Jorge Le Brun

El trabajo de David Cronenberg siempre me ha fascinado; era un niño que se estremecía con facilidad la primera vez que vi uno de sus trabajos; fue un día que por televisión abierta pasaron The fly (1986), remake de una película de 1958, una de esas cada vez más escasas ocasiones cuando la versión moderna hace un aporte a la mitología y, en este caso, la recuerdes más que la original. El trabajo de este cineasta canadiense siempre ha tenido la enfermedad como concepto eje; de alguna manera aparece en sus estructura narrativa. No importa que saliera del “terror corporal” del cual fue todo un padre, ni que su última película sucediera en un ambiente de estrellas de cine, la enfermedad: mental o física siempre juega un papel; en su primera etapa los hizo uno; ahora parece haberlo abstraído; Spider debe ser uno de sus grandes amores del segundo periodo, renunció a su sueldo para lograr llevar este retorcido relato a la pantalla.

La historia le llegó a Cronenberg de forma casual; le llegó en forma de guión junto a una carta donde Ralph Fiennes se comprometía a interpretar el papel principal. Fue cuestión de que David solo se sentara a leer unas páginas para quedar atrapado por las redes de Spider, un personaje creado por el escritor Patrick McGrath en una novela publicada en 1990, que él mismo se encargó de adaptar para el cine en forma del dichoso guión. En esta obra, Fiennes interpreta a un ser extraño y perturbado, va retrocediendo en el tiempo, en continuos flash-backs y anotando cosas en su agenda sobre los hechos terribles que ocurrieron en el seno de su familia.


Esta es la historia de Dennis Cleg alias “spider” (Fiennes), un hombre recién salido de una institución para enfermos mentales; un prolongado travelling (como le encantan a este director) en una estación de tren con el protagonista apareciendo para caminar al rededor de la gente, da por comenzada esta película. Cleg acaba de ser dado de alta; es mandado a una fría pensión dirigida por una doñora pomposa de apellido Wilkinson (Lynn Redgrave), donde se acoge a los enfermos mentales que han abandonado el psiquiátrico pero que todavía necesitan más tiempo para poder hacer vidas propias. Spider necesita del constante consumo de pastillas para mantener los pies en la tierra; conforme empieza un recorrido por el barrio east end londinense, empieza a ver gente en los lugares, sobre todo en una visita a una cantina; los conoce perfectamente: su padre, su madre y él cuando era niño. Esta en un yo primitivo que se resiste a la fragmentación; esa ausencia del significante primordial provoca que de el protagonista emerja lo real a manera de alucinación; en cuadro vemos a Spider siendo espectador de su propia desgracia, quedando atrapado en su propia telaraña.

Cleg siempre anota lo que empieza a ver; el rompecabezas no está completo, ha perdido piezas, otras están desfiguradas y otras sencillamente no encajan, lo que le sumerge en una profunda búsqueda interior donde debe atravesar las telarañas que ha tejido su propio cerebro, convirtiendo su pasado en un engañoso laberinto cuyo resultado es el individuo actual. Película turbia, estamos viendo un metraje a través de la visión de un esquizofrénico, un auténtico psicótico y no la de un psicópata que Hollywood suele confundir con una especie más de locura.  

La infancia, el pasado en el psiquiátrico, el presente y las fantasías se entremezclan en la mente de Spider, que confunde hechos, tiempos y rostros; todas las mujeres que llegan a aparecer en su lienzo tienen el rostro de su madre (Miranda Richardson en un excelente trabajo), aquí se concibe la idea de un niño que solo tenía ojos para su madre. Él escribe en un pequeño cuaderno, haciendo un esfuerzo por anotar, mediante trazos confusos que parecen jeroglíficos, una posible historia de sí mismo; intenta escribir en orden; intenta darle simbolismo a lo real; falla brutalmente; este director de su propio biopic ni si quiera se entiende a si mismo. 

Pero es durante este entramado que ve a su padre (Gabriel Byrne) asesinando a su progenitora y sustituyéndola con una prostituta; tratando de obligar al niño a reconocerla como la original. No puede soportar el crimen de su padre, le corroe tan solo verlo, piensa en su madre constantemente y no soporta que toque a esa “horrenda puta de cantina"; el niño comienza a buscar desesperadamente una forma de acabar con eso, mientras su versión madura funge como espectador.




Esta historia es sobre el intento de Spider por unificar los fragmentos de su identidad y el encuentro con cierto suceso que se encontraba desarmado y hubiera preferido mantener así de comprender. En esta película es fácil perderse en tan peculiar subjetividad, por momentos el laberinto parece bastante engañoso; es un filme que requiere atención pero aun así el final es una luz bastante eficiente que si bien no arma todas las piezas, deja algo bastante claro; todo sucede mientras busca confirmar la traición que cree haber sufrido.




La música es compuesta por el gran Howard Shore, fiel escudero de la filmografía de Cronenberg; música de orquesta que acompaña a la enredada trama; es una música melancólica, serena, la cual acompaña en su viaje al personaje de Ralph Fiennes quien tiene el papel más intrigante de su carrera; fuera de los tipos pulcros y duros o del brujo pelón cara pálida de voz seseaste de películas de magia británica.





El escenario se ve viejo, acabado, agobiante, una luz débil, colores opacos y un espacio que revela miseria están en el ambiente, la fotografía tiene grandes momentos pero también se pierde en ocasiones en la irrelevancia. Película de sumo riesgo para todos los involucrados, muy alabada por la crítica y premiada, es una película para quien guste de seguirla que te deja con un sabor de encontrar algo nuevo y fresco. Para su director es un trabajo muy personal; podría decirse que para David Cronenberg, Spider es lo que para Luis Buñuel, Él.
   

 “Solo hay algo peor que caer en la locura…escapar de ella”


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