Los fantasmas de Guillermo Del Toro
Por Jorge Le Brun
A mediados de este mes se
estrenó la última película de Guillermo del Toro, Crimson Peak, el realizador afirma que este reciente trabajo lo acerca
a la narrativa gótica; tiene algunos elementos de El tío Silas de Joseph Sheridan Le Fanu, Cumbres borrascosas de Emily Brontë y algún que otro cuentillo más.
Sin duda un trabajo que ha levantado expectativas, y que estructuralmente
cumple con las afirmaciones de su director, pero me atrevería a decir que no es
el trabajo donde mejor usa la narrativa gótica, de hecho algunos que saben
mucho más que yo me dejaron claro que esta el fantasma del primer trabajo del
director de Guadalajara, un fantasma que hacía mucho que no se notaba, el de su
segundo largometraje, El espinazo del
diablo.
Guillermo del Toro más que
nada es un lovecraftiano empedernido, es por mucho su mayor influencia
literaria, la sombra de la novela victoriana que alimentó el imaginario de H.
P. Lovecraft parece ser parte de lo que comparte con Del Toro. Los biógrafos del
escritor y segregacionista estadounidense dividen la evolución literaria de
Lovecraft en diversas etapas; la que nos concierne es la primer etapa, en donde
los antiguos castillos y mansiones aisladas, eran los perros reyes. El aislamiento ocurre en la desoladora
guerra civil española.
La guerra civil en España causó un número de víctimas civiles aún desconocido;
algunos dicen que entre 500 000 y 1 000 000 de personas; los menos escandalosos
dicen que son menos; nada de eso cambia el panorama; la mayoría de estas muertes se
debieron más a la represión y a las ejecuciones que al combate. Esta se llevó a
cabo en el bando sublevado de manera sistemática y por orden de sus superiores,
todo para colocar a Francisco Franco en el poder. Durante esa época, a finales
de los 30s, un niño de nombre Carlos (Fernando Tielve), uno de esos huérfanos de
la guerra, es enviado a un orfanato, que no está en cualquier lugar; está en un
maldito páramo donde no hay nada más. Por otro lado, la construcción es un colegio
y hay que decirlo, es imponente; el "castillo" del relato.
Esta es una historia en
donde los niños pierden rápidamente la inocencia; de lo contrario perecerían antes
las adversidades que los aguardan. Los lúgubres pasillos del colegio esconden
cosas; viejas rencillas, tesoros, intrigas, traiciones, una serie de relaciones
por demás viciadas entre los adultos que viven allí y a los que los niños
tienen que lidiar. Pero sobre todos los secretos, están los fantasmas: los metafóricos representados
por la guerra y sus estragos, todo simbolizado con la bomba que se estrelló en
el desolado colegio antes de la llegada de Carlos, pero también de los físicos
representados por Santi; el fantasma de un niño con el rostro blanco y resquebrajado,
ojos grises, y una fisura en la frente de la que emana una sustancia rojiza
como sangre en el agua que permanece en suspensión.
La primer película de
Guillermo del Toro ambientada en este periodo del país ibérico, (después sería
el dichoso fauno) tiene la atmósfera inquietante y melancólica, cargada del
drama que caracteriza al alguna vez tan valorado género literario, que ha
perdido la batalla en el género del terror de forma abrumadora. Los primeros
hallazgos de este género en el cine surgieron en Alemania, en los inicios del
expresionismo del cine mudo con películas como El Gabinete del Doctor Caligari (Robert Wiene 1920), Nosferatu (F. W. Murnau 1922), ente
otras, y que la compañía inglesa Hammer Productions terminó sobrexplotando entre
los 60s y los 70s.
Primeros bocetos de Santi |
Las actuaciones cumplen,
pero la relación que principalmente domina es entre el cuarteto de los adultos
encargados del orfanato, con Carmen (Marisa Paredes), una directora estricta,
con una pierna de madera y frustrada sexualmente, pero de buenas intenciones y
que atesora los ideales republicanos de su difunto esposo; el Dr. Casares (interpretado
magistralmente por Federico Luppi), el intelectual y maduro profesor siempre
bien vestido, el personaje más candido y que gusta de beber ron fermentado en
fetos no natos; Jacinto (Eduardo Noriega), el portero violento, codicioso y
lleno de resentimiento; y Conchita (una desdibujada Irene Visedo), la maestra
ayudante. Relaciones amorosas y carnales entre ellos: la directora, el profesor, el portero
y la joven maestra, terminan sumergido en la fatalidad. El joven protagonista, Carlos,
va vislumbrando poco a poco el trágico secreto que se esconde en “el castillo
de horror”, mientras Santi lo persigue.
La historia es bastante sencilla, la premisa es muy clara, la complejidad no es el fuerte de la obra, tampoco su hermético antagonista, de cuya profundidad solo hay atisbo al final; pero no logra transmitirse totalmente. Y aun siendo el trabajo más olvidado de su director, no es ni de cerca el más olvidable (esa ¿sería Pacific Rim? ¿Qué opinan?). Probablemente, si se quitara el apartado visual, el turbio romance al estilo inglés victoriano y obviando su calidad en producción, argumentalmente, Crimson Peak debería ser catalogada como una sin razón teniendo ya El espinazo del diablo en su filmografía, bueno, de equivocarme, el vínculo sigue siendo innegable entre estos trabajos del director. La historia del filme que relato es sobre los fantasmas, una bomba aérea que se estrelló sin detonar en el terreno del orfanato simboliza todo esto, una guerra que seguía viva y tenían que tener presentes todos, un momento que no podía irse, un peligro evidente y un origen de todo lo que sucede, igual que sucede con las películas de Del Toro. Como dice al final uno de esos espectros:
“¿Qué es un fantasma? un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento, suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo.”
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