14/8/17

Los olvidados (Luis Buñuel 1950)

Memorables e inolvidables olvidados

Por Jorge Le Brun


“Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”.
- Johh Hessin Clarke
                       
En 1992 la UNESCO, con el fin de crear el interés por la preservación y procurar el acceso a patrimonio histórico y documental de relevancia para los pueblos integrantes, creo la iniciativa “Programa Memoria del Mundo”; el valor universal de dicho patrimonio era parte de la invitación. Tras propuestas y mucho tiempo, de los pocos más de 100 años de historia de la cinematografía, obviando que está el trabajo de los hermanos Lumière, solo hay unos cuantos trabajos que forman parte de la iniciativa: de Australia La historia de la banda de Kelly (Charles Tait 1906), Metrópolis (Fritz Lang 1927), El Mago de Oz  (Victor Fleming 1937) y la película que nos atañe Los olvidados (Luis Buñuel 1950), película desgarradora sobre uno de los temas más universales y presentes en la sociedad, la pobreza y la ciudad; como dijo alguna vez el escritor de los males inherentes, Karl Kraus “La ley básica del capitalismo es tú o yo, no tú y yo”.

Ya es bastante lo que se ha dicho de Los olvidados (mis primer párrafos sin duda estarán llenos de paráfrasis), los cannes, los arieles; muchos artículos y análisis lo constatan. Entre los antecedentes de esta magna obra se encuentran las películas del neorrealismo italiano, movimiento durante el periodo de la postguerra como respuesta al cine impuesto por el fascismo; los regímenes de esas características siempre buscan la utilización de este como un medio de propaganda (recurrente referírsele como una poderosa propaganda) donde la comedia vacía, musicales y lo colorido era lo que se producía y la sátira se prohíbe, no se exhibe o se pierde en el mar de las gran cantidad de cintas que se producen (problema universal ¿Verdad México?).

El neorrealismo por lo tanto tenía como objetivo mostrar las condiciones sociales auténticas, la pobreza y marginación de la sociedad italiana; Luchino Visconti, Roberto Rossellini son algunos exponentes, e incluso el mismo Federico Fellini (quien compartía en algunas películas una inquietud por lo onírico con Buñuel) tuvo inquietudes por el tema social; aunque sería bueno destacar a Vittorio de Sica; después de todo el surrealista Buñuel probablemente se inspiró en Sciuscia (El limpiabotas 1946) película que ya ponía en escena niños de la calle en Roma.



Después del prólogo con imágenes fundidas de Nueva York, París y Londres (se advierte de la universalidad del tema) con voz en off explicando el problema de la pobreza en las grandes ciudades, la cámara localiza lugares reconocibles de la Ciudad de México y aterriza a los barrios marginales. Una banda de niños se encuentran en el sagrado estado del ocio; fumando o hablando “naderías” hasta que aparece en plano americano un adolescente al que le dicen “el jaibo” (Roberto Cobo) huyendo de las autoridades (estaba en una correccional) y regresando con la banda que lo precia mucho.

Los chavitos dejan su estado de letargo y permiten ver cómo funciona su dinámica de grupo; “el jaibo” manda. Este espigado adolescente, carismático, machista y algo “travieso” (si no pregúntenle a la meche y la madre de Pedro) es el personaje más presente a lo largo del metraje y podría ser considerado “el malo” pese a que su violencia es tan victimaria del sistema como los dilemas de Pedro.

Pedro (Alfonso Mejía), un niño de la calle sin ser huérfano pero más abandonado que otros, es rechazado por su madre por ser el producto de una violación. Y aun así pese a ser ferviente participe de las fechorías de la banda de niños, es la idea de ganarse la aprobación de su madre (Stella Inda) la que crea en él un bujía moral. Este cambio paulatino en Pedro como “el bueno” tiene su detonante en el hecho que sella su camino con el de “el jaibo” y los lleva a su tragedia; los dos implicados en un asesinato.

Bien lo dijo un crítico “esto es, un Buñuel realista pero Buñuel antes que nada”; el hecho que el director haya tomado elementos del neorrealismo (una de las tendencias de la época) no quiere decir que no lo haya hecho suyo; historia cruda, realista y a su vez obsesiva, con elementos surrealistas inherentes a su cine; las gallinas omnipresentes, los sueños y visiones de Pedro y “el jaibo”.




Otro elemento que no podía faltar en Buñuel es el erotismo, visto y apreciado a través de los ojos conocedores de “el jaibo”, las piernas de la madre de Pedro cuando se lava (con la que tiene una relación sexual) o el personaje de “la meche” (Alma Delia Fuentes) cuando empapa sus piernas con leche ¡Esa mentada “meche”! una joven granjera adolescente termina también en la mira de un ciego, don Carmelo (Miguel Inclán), un villanesco músico callejero siempre añorante de su ancestral Porfirio Díaz.  




La historia detrás de la filmación y exhibición de “Los olvidados” es una película por sí misma; está la visión sin estereotipos del pobre o inválido siempre honrados. El México donde la desgracia y la miseria ya no existen, y de los bellos paisajes en las películas recibió un duro golpe ¡Fuerte golpe contra la cultura oficial! Es otro cuento también al ser la primera vez que Buñuel hiciera mancuerna con Gabriel Figueroa (cinematógrafo más reconocido de la historia del cine mexicano); la búsqueda estética de la imagen en Figueroa y el estilo subversivo de Buñuel se tuvieron que adaptar para que sus películas se centraran en el tema sin ninguna distracción. En una entrevista que André Bazin y Jaques Doniol–Valcroze le hacen al director (libro “Conversaciones con Luis Buñuel: Vivo, por eso soy feliz”), este explica «...Al cabo de quince días de rodaje Figueroa preguntó a Dancigers (el productor) por qué lo había elegido para una película que cualquier operador de actualidades hubiera podido hacer mejor. Le contestaron: "Porque usted es un operador muy rápido, muy comercial". Es verdad. Es extraordinariamente rápido y muy bueno... Al principio estaba muy sorprendido de trabajar conmigo, no estábamos de acuerdo, pero creo que evolucionó mucho y somos muy buenos amigos ahora». La mancuerna perduraría en muchos de los trabajos más emblemáticos de los dos.

Buñuel tuvo que defender que plasmó la realidad de los barrios cuando el “alto pedorraje” (aunque también fue defendido por un sector influyente) lo estuvo linchando; un problema universal que hasta el día de hoy nos acomodamos a ignorar, evidenciando nuestra hipocresía con personajes como “El ojitos” (Mario Ramírez Herrera) un niño indígena “olvidado” por su padre en las calles desde hace días, compone al personaje más inocente y testigo de cómo ni para él, ni para “el bueno”, ni “el malo” exististe victoria cuando la miseria está en sus laureles.