Memorables e inolvidables olvidados
Por Jorge Le Brun
“Cuando
la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”.
- Johh Hessin Clarke
En 1992 la UNESCO, con el
fin de crear el interés por la preservación y procurar el acceso a patrimonio
histórico y documental de relevancia para los pueblos integrantes, creo la
iniciativa “Programa Memoria del Mundo”; el valor universal de dicho patrimonio
era parte de la invitación. Tras propuestas y mucho tiempo, de los pocos más de
100 años de historia de la cinematografía, obviando que está el trabajo de los
hermanos Lumière, solo hay unos cuantos trabajos que forman parte de la iniciativa:
de Australia La historia de la banda de
Kelly (Charles Tait 1906), Metrópolis
(Fritz Lang 1927), El Mago de Oz (Victor Fleming 1937) y la película que nos
atañe Los olvidados (Luis Buñuel
1950), película desgarradora sobre uno de los temas más universales y presentes
en la sociedad, la pobreza y la ciudad; como dijo alguna vez el escritor de los
males inherentes, Karl Kraus “La ley básica del capitalismo es tú o yo, no tú y
yo”.
Ya es bastante lo que se ha
dicho de Los olvidados (mis primer párrafos
sin duda estarán llenos de paráfrasis), los cannes, los arieles; muchos artículos
y análisis lo constatan. Entre los antecedentes de esta magna obra se
encuentran las películas del neorrealismo italiano, movimiento durante el
periodo de la postguerra como respuesta al cine impuesto por el fascismo; los
regímenes de esas características siempre buscan la utilización de este como un
medio de propaganda (recurrente referírsele como una poderosa propaganda) donde
la comedia vacía, musicales y lo colorido era lo que se producía y la sátira se
prohíbe, no se exhibe o se pierde en el mar de las gran cantidad de cintas que
se producen (problema universal ¿Verdad México?).
El neorrealismo por lo tanto
tenía como objetivo mostrar las condiciones sociales auténticas, la pobreza y
marginación de la sociedad italiana; Luchino Visconti, Roberto Rossellini son
algunos exponentes, e incluso el mismo Federico Fellini (quien compartía en
algunas películas una inquietud por lo onírico con Buñuel) tuvo inquietudes por
el tema social; aunque sería bueno destacar a Vittorio de Sica; después de todo
el surrealista Buñuel probablemente se inspiró en Sciuscia (El limpiabotas 1946) película que ya ponía en escena
niños de la calle en Roma.
Después del prólogo con imágenes
fundidas de Nueva York, París y Londres (se advierte de la universalidad del
tema) con voz en off explicando el problema de la pobreza en las grandes
ciudades, la cámara localiza lugares reconocibles de la Ciudad de México y aterriza
a los barrios marginales. Una banda de niños se encuentran en el sagrado estado
del ocio; fumando o hablando “naderías” hasta que aparece en plano americano un
adolescente al que le dicen “el jaibo” (Roberto Cobo) huyendo de las
autoridades (estaba en una correccional) y regresando con la banda que lo precia
mucho.
Los chavitos dejan su estado
de letargo y permiten ver cómo funciona su dinámica de grupo; “el jaibo” manda.
Este espigado adolescente, carismático, machista y algo “travieso” (si no pregúntenle
a la meche y la madre de Pedro) es el personaje más presente a lo largo del
metraje y podría ser considerado “el malo” pese a que su violencia es tan
victimaria del sistema como los dilemas de Pedro.
Pedro (Alfonso Mejía), un
niño de la calle sin ser huérfano pero más abandonado que otros, es rechazado
por su madre por ser el producto de una violación. Y aun así pese a ser ferviente
participe de las fechorías de la banda de niños, es la idea de ganarse la aprobación
de su madre (Stella Inda) la que crea en él un bujía moral. Este cambio
paulatino en Pedro como “el bueno” tiene su detonante en el hecho que sella su
camino con el de “el jaibo” y los lleva a su tragedia; los dos implicados en un
asesinato.
Bien lo dijo un crítico “esto
es, un Buñuel realista pero Buñuel antes que nada”; el hecho que el director
haya tomado elementos del neorrealismo (una de las tendencias de la época) no quiere
decir que no lo haya hecho suyo; historia cruda, realista y a su vez obsesiva,
con elementos surrealistas inherentes a su cine; las gallinas omnipresentes,
los sueños y visiones de Pedro y “el jaibo”.
Otro elemento que no podía
faltar en Buñuel es el erotismo, visto y apreciado a través de los ojos
conocedores de “el jaibo”, las piernas de la madre de Pedro cuando se lava (con
la que tiene una relación sexual) o el personaje de “la meche” (Alma Delia
Fuentes) cuando empapa sus piernas con leche ¡Esa mentada “meche”! una joven
granjera adolescente termina también en la mira de un ciego, don Carmelo (Miguel
Inclán), un villanesco músico callejero siempre añorante de su ancestral
Porfirio Díaz.
La historia detrás de la
filmación y exhibición de “Los olvidados” es una película por sí misma; está la
visión sin estereotipos del pobre o inválido siempre honrados. El México donde
la desgracia y la miseria ya no existen, y de los bellos paisajes en las películas
recibió un duro golpe ¡Fuerte golpe contra la cultura oficial! Es otro cuento
también al ser la primera vez que Buñuel hiciera mancuerna con Gabriel Figueroa
(cinematógrafo más reconocido de la historia del cine mexicano); la búsqueda
estética de la imagen en Figueroa y el estilo subversivo de Buñuel se tuvieron
que adaptar para que sus películas se centraran en el tema sin ninguna
distracción. En una entrevista que André Bazin y Jaques Doniol–Valcroze le hacen
al director (libro “Conversaciones con Luis Buñuel: Vivo, por eso soy feliz”),
este explica «...Al cabo de quince días de rodaje Figueroa preguntó a Dancigers
(el productor) por qué lo había elegido para una película que cualquier
operador de actualidades hubiera podido hacer mejor. Le contestaron:
"Porque usted es un operador muy rápido, muy comercial". Es verdad.
Es extraordinariamente rápido y muy bueno... Al principio estaba muy
sorprendido de trabajar conmigo, no estábamos de acuerdo, pero creo que
evolucionó mucho y somos muy buenos amigos ahora». La mancuerna perduraría en
muchos de los trabajos más emblemáticos de los dos.
Buñuel tuvo que defender que
plasmó la realidad de los barrios cuando el “alto pedorraje” (aunque también
fue defendido por un sector influyente) lo estuvo linchando; un problema
universal que hasta el día de hoy nos acomodamos a ignorar, evidenciando
nuestra hipocresía con personajes como “El ojitos” (Mario Ramírez Herrera) un
niño indígena “olvidado” por su padre en las calles desde hace días, compone al
personaje más inocente y testigo de cómo ni para él, ni para “el bueno”, ni “el
malo” exististe victoria cuando la miseria está en sus laureles.
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