28/3/16

No (Pablo Larraín 2012)

Las viejas nuevas tecnologías al servicio de cínicos publicistas

Por Jorge Le Brun


La persuasión es un propósito; consciente o inconsciente busca formar, reforzar, cambiar actitudes, percepciones o conductas de alguna o varias personas, todo efectuado por otro individuo o grupo, aunque, si nos ponemos a pensarlo, en realidad toda comunicación es implícitamente un método de persuasión, pues está siempre crea un efecto en su receptor; quizá sea mejor decir que la persuasión tiene implícita una planificación y resultados conductuales que rendir, por darle alguna distinción de la pura comunicación, y hasta de eso tengo mis dudas.

Fue Cicerón (65 A.C.) quién dijo “la comunicación política consistía entonces en la representación simbólica de la política”, y antes Aristóteles nos había hablado sobre el hombre como “animal político”; no es de extrañar que suene risible que alguien en ese ambiente se nombre como un “no político” cuando lo es totalmente en el momento de ejercer. Si bien las cosas son así, el campo práctico de la comunicación política no es exclusivo del estudio del proceso de comunicación en sí; al día de hoy el segundo sistema en que esta se articula pasa por la mercadotecnia y la publicidad, disciplinas que si bien cubren un aspecto en la comunicación gubernamental, han tomado casi en su totalidad a la comunicación de las campañas electorales.

Se puede entender la formación de estas dicotomías con solo ver la evolución de la comunicación en los países latinoamericanos de los 80s a la actualidad. El cambio gradual se fue dando en los gobiernos con modelo propagandístico cuyo régimen se caracterizaba por un partido único al modelo de mercadotecnia utilizada en Estados Unidos principalmente, que está basado en métodos de persuasión. Esta transformación fue un acelere de la globalización y las relaciones diplomáticas a las que se vieron inmiscuidas estas naciones. Fue este cambio de contexto el que forzó al gobernante Augusto Pinochet a competir contra un nuevo sistema de comunicación en el plebiscito de 1988 y también a reconocer los resultados. Por primera vez en Chile, se realizaron franjas televisivas para ambas posiciones políticas; la del régimen militar y la de los partidos de oposición. A un mes del referéndum, el lunes 5 de septiembre a las 23:00, aparecieron los primeros spots de 15 minutos cada uno; la franja televisiva fue emitida hasta el 30 de septiembre. Fue en manos del director Pablo Larraín que el No tomado en aquella ocasión llega a “la pantalla grande”.




Larraín es sin duda uno de los directores más interesantes en Latinoamérica, con No el chileno termina su “trilogía sobre el pasado chileno” que tuvo antes a Tony Manero (2008) y Post mortem (2010). Este trabajo, que ganó el premio de la academia a mejor película extranjera no solo está basado en el contexto de lo sucedido en 1988; tiene como principal inspiración una obra del escritor Antonio Skármeta; se trata de la pieza teatral “Plebiscito”, un monologo teatral que no ha sido escenificado. Skármeta, es un apasionado del séptimo arte y ha escrito varios guiones en consiguiente, pero son las adaptaciones de su obra las que han tenido un mayor impacto, siendo conocido como el hombre que imaginó una amistad cursi entre Pablo Neruda y su cartero que fue adaptada por Michael Radford (Il Postino 1994) y por supuesto, por No (2012) negar su trabajo a Pablo Larraín y que convirtió en guion Pedro Peirano.



El plebiscito de 1988 fue un referéndum que se llevó a cabo para decidir si Augusto Pinochet permanecería ocho años más en el poder o se convocaría a elecciones cuando este terminara su periodo de mandato. El comité de partidos que representaba la opción del No empieza su estrategia, y el político José Tomás Urrutia (Luis Gnecco) busca la consulta del publicista René Saavedra (Gael García). Al revisar el material y hacer nota de sus debilidades, Saavedra propone una campaña distinta a la denuncia, un enfoque en donde el sentimiento “abstracto” de la alegría sería la bandera arcoíris ( y artistas nacionales e internacionales) que ayudaría a que la gente anestesiara sus miedos a llevar a cabo la votación en contra de un brutal régimen militar y sobre todo el posible sin sentido de esa votación al no tener garantías de que tanta libertad tendrían, después de todo “nada es más alegre que la alegría”. La propaganda del régimen se está viendo derrotada por los corrosivos jingles publicitarios; en los spots lo más importante es la parte auditiva para lograr un mayor grado de proxemia, es decir, la identificación de las personas con “objeto” determinado, en este caso, la apropiación de un mensaje. Mientras todo esto sucede, “Lucho” Guzmán, el jefe de la agencia publicitaria donde trabaja René, sube escalones y toma la dirección de la campaña del Sí.



























La película aun tratando de un contexto político, no utiliza como protagonistas a los estadistas, centrándose en otros personajes, como la interpretado del mexicano Gael García, como un ingenioso y cínico publicista divorciado que aun teniendo en su pasado vínculos con la oposición, no hubiera imaginar su destino en la política, teniendo como desafío no solo la campaña del Sí, también el escepticismo y rechazo de muchos de los integrantes de la franja del No a sus métodos, y por supuesto, la intimidación del régimen de la dictadura militar. Destaca entre otros el personaje de “Lucho”, interpretado por Alfredo Castro, un frío y pragmático publicista, rival, socio, enemigo, competidor, amigo y protector de René que trabaja a favor de que Pinochet durara unos años más en el poder. El cinismo de René y Lucho es incuestionable, los dos atraído con este desafío de mercadeo, no por una lucha épica, sino solo curricular; el artífice del No tampoco cree en ningún momento que va a llegar la alegría que tanto predica su slogan y su posible victoria. El filme es un relato de ficción que se reúne con el material de archivo.

El U-matic creado en 1969 es el primer formato de videocasete que se comercializó; fue durante varios años el formato favorito de la televisión noticiosa, y aunque cambiado en los 80s en es Estados Unidos, tuvo algunos años más de vida en el resto del continente. El trabajo se filmó en el soporte de video U-matic 3/4 de ancho y se combinó con escenas que realmente se filmaron en la televisión chilena de la época, como los spots y noticieros, de forma que se consiguió una sola textura y colores bastante vintage; un juego de cámaras con participación de actores reales y con un toque del transcurrir del tiempo, uno que como los buenos vinos ha mejorado con el paso de los años. El trabajo de sonido es falto de consistencia, pero es interesante que los personajes pareciera que están en permanente susurro.

En No la democracia es vendida como un producto, las figuras políticas de la oposición buscaban utilizar su franja para recordar las atrocidades, asesinatos y desapariciones; eso no era suficiente, la frivolidad en cambio sí lo era. Película colorida por su revolucionaria forma de relatarse a sí misma, con un personaje y un tratamiento apolítico de un suceso político. Saavedra es un símbolo del hombre de las democracias modernas, un hombre ambiguo, buscador de la trivialidad, éxito profesional y lleno de contradicciones. Larraín plantea ciertas preguntas ¿Hasta qué punto influyen los medios a determinado segmento? ¿El fin justifica a esos medios y la frivolización de la campaña? Todo esto en un contexto moderno en donde un anuncio que llame a la participación ciudadana ya no tiene distinción con un anuncio de tu refresco favorito. 


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