Oskar de los Academy Schindler Awards
Por Jorge Le Brun
No hay mejor tema en estas
épocas navideñas que el holocausto judío, tema del se
reflexiona constantemente, se lamenta, se ironiza con lo que sucede en presente o se usa
como arma propagandista o se niega por “expertos conspiracionistas de redes
sociales”; las posturas existen y las pasiones se desbordan. Lo cierto es que en la actualidad el judío lleva la voz cantante en Hollywood; son quienes tienen
el lobby (grupo de presión) más influyente, cosa que ni los negros ni latinos podrán alcanzar en mucho tiempo. Para Antonio Gramsci el poder se logra
a través de la construcción de la hegemonía de un grupo sobre todos los demás
por medio de la construcción de un ámbito simbólico; un discurso socialmente compartido
en el que los distintos grupos se reconocen, afirmó que “Ésta no es una situación estática,
sino que los grupos dominantes reconstruyen la hegemonía constantemente para
que las demandas de los grupos subordinados aparezcan representadas. La ideología
se construye a través de temáticas de preocupación colectivas”.
Naturalmente sería cuestión
de tiempo para un tema tan delicado y funesto como el holocausto tocara la
puerta de la industria fílmica estadounidense, la cual no quería abordar el tema cuando Estados Unidos no participaba en la segunda guerra mundial. Solo apareció en el mapa The Great Dictador (1940) de Charles
Chaplin. A través de los años en títulos, el repertorio internacional es mayor, con películas
como Au revoir les enfants (Louis
Malle 1987), la cursi La vita è bella (Roberto
Benigni 1997), de entre las más conocidas; Die
Blechtrommel (El tambor de hojalata 1979) Der Unhold (El ogro 1996) de Volker Schlöndorff o Mephisto (István Szabó 1981) con producción de Hungría. Entre lo más reciente a destacar podríamos mencionar a Amen (Costa-Gavras 2002), Die Fälscher (Stefan Ruzowitzky 2007) y
la muy querida Der Untergang (Oliver Hirschbiegel 2004), legendaria por su escena de
Hitler maldiciendo frente a su alto mando, convertida en un meme de la
indignación extrema.
El meme "Hitler se entera de...", escena de la película Der Untergang (2004) |
Con la obra de Chaplin y The Diary of Anne Frank (George Stevens 1959),
Estados Unidos había dado pasos, pero el lobby dominante tenía que decir “su
verdad” y por eso buscaron a Román Polanski para dirigir la película de la que
estamos hablando, y la rechazó al parecer por tener frescas las memorias de ser
uno de los sobrevivientes de los guettos de Cracovia y perder una madre en Auschwitz;
posteriormente dirigiría The Pianist (2002), uno de sus trabajos más reconocido y quedaría reconciliado con su desgracia. Pero retomando la historia del
proyecto, después de dar tumbos, pasó a manos de Martin Scorserse y cual chávelo
lo catafixió a su buen amigo Steven Spielberg a cambio de hacer el remake de Cape Fear (1991).
El judío más rico y sabroso
de la historia de Hollywood (sin doble sentido) y “rey midas” de la industria,
profeta del “Nuevo Hollywood” en los 70s (bueno, hizo un largometraje en los
60s), Steven Spielberg, uno de los que podríamos decir es heredero del cine de Cecil
B. DeMille (también de legado judío), epopeyas espectaculares
llenas de universalidades, franquicias taquilleras para públicos enormes, el
padre de las superproducciones; Spielberg, pero también George Lucas y más
recientemente James Cameron y Peter Jackson, son los principales representantes
de esa forma de hacer películas. En este caso, la versión estadounidense del
Señor Spielbergo (chiste de los Simpson) terminó como el encargado de la misión
que se dijo que Billy Wilder quería convertir en su última película (al igual
que Polanski, Wilder perdió a su madre en Auschwitz) “La lista de Schindler
habría sido algo muy especial para mí” llegó a afirmar el legendario director
austriaco. El resultado fue una de las películas con mayor cantidad de
reconocimientos y elogios en la carrera de su director, y para los gustos de la
academia, claro está. Aún con las reservas que se puedan guardar se trata de
una película aclamada por la crítica, con buenas calificaciones en Rottem
tomatoes y IMDb, que si bien no son verdades absolutas si dan referencias;
podemos poner esta obra entre las grandes joyas del cine sobre el holocausto.
La película, para hacer una
pequeña sinopsis, trata sobre la llegada del empresario Oskar Schindler
(interpretado por Liam Neeson) a la ciudad de Cracovia en Polonia, que había
sido recientemente invadida por el ejercito alemán. Su intención no era otra que
aprovecharse del suceso y convence a los encargados de los campos de trabajo
forzado a entregarles mano de obra barata (por no decir esclavizada) de entre los
prisioneros de judíos para abrir su fábrica de artículos de cocina. Logrado
el trato, Oskar encuentra al contador judío Itzhak Stern (Ben Kingsley) y le
ofrece “la oferta que no puede rechazar”, convertirlo en parte de su plan: Aprovecharse
de que las SS le quitan sus pertenencias y ciudadanía a los judíos marginandolos de poder estar en lugares públicos para contratarlos, pagando por el solo a la Oficina de Economía
del Reich, poniendo en marcha un ciclo en el que siempre ganaría y en donde
solo les daría a sus trabajadores artículos de cocina de la misma fabrica
que pudieran utilizar para ellos o en el mercado negro. Sin muchas opciones,
Stern acepta y también se encarga de reclutar a la mano de obra, aprovechando esto para dar trabajo a un gran número de judíos que habrían
sido calificados como “no esenciales” como profesores e intelectuales que pudieron
ser condenados a un campo de concentración; en muchas ocasiones falsificó
documentos de trabajo para lograr su cometido.
La interpretación de Liam
Neeson como Schindler es la apropiada, un señor Burns con ínfula de Tony Stark (aunque este fue primero),
amoral, egocéntrico, cínico, adicto al éxito y a las mujeres; un espíritu hedonista,
pero también ambicioso y carismático; conquista con regalos, halagos y su alebrestada
personalidad a las personas adecuadas para crear su gran red de influencias y llevar a cabo su plan, adquiriendo renombre entre los poderes nazis, y enriqueciéndose
con su fábrica. Cuando llega la hora de la verdad, Oskar comienza a
defender a sus trabajadores tomándose su papel en serio, hasta que los empieza
a ver como personas; se da cuenta del sufrimientos que estos padecen. Conforme el nazismo avanza y se
endurecen, ve claramente lo que hace el régimen
del que se ha beneficiado,; se producen un cambio en su interior, el que lo lleva a la ruina
pero también a salvar vidas; un antihéroe de la vida real que termina
descubriendo su conciencia.
La actuación de Ben Kingsley
es también importante, un frío y estoico contador judío que es el nexo entre su
patrón y la vida en los guettos de Cracovia, lugar en donde a cada momento, mostrando o
no los papeles correctos, era fácil morir o terminar en un campo de
concentración. La historia es vista desde una óptica alemana por un
protagonista que se regodeaba en el régimen, y uno de los personajes con
los Schindler interacua más es Amon Göth (interpretado de gran forma por Ralph
Fiennes), un cruel y sanguinario oficial SS que en algún momento (si es que lo
tuvo) se llenó de delirios de poder, perdió el control de sus impulsos por
matar y lo hacía a la menor escusa que le dieran sus prisioneros; tan desagradable
en sus formas que es uno de los catalizadores que terminan de hacer brotar la compasión
de Schindler, que sin dejar de ser amoral y usar métodos ad hoc, si cambia su propósito,
como cuando fingiendo su amistado con Göth le explica que “El poder no es poder
matar cuando te apetece. El verdadero poder es poder elegir si matar o no. El
control, es poder“.
La pieza con la que empieza
la película en los aposentos de Schindler es una versión de la legendaria melodía
de los suicidas, gloomy sunday, la
cual hace algunos actos más de aparición. La melancólica banda sonora es composición
del infalible John Williams con Itzhak Perlman como el primer violín de la
orquesta; la melodía resulta sencilla y emotiva apropiada para el desgarrador
relato. Música que solo sus autores creen que no es digna de la película.
La película es filmada en
blanco y negro, y parece intentar recrear un documental desde la distancia en
que se miran sobre todo los exteriores; en ocasiones esto le da incoherencias estilísticas
conforme avanza el relato y no se puede sostener, sobre todo cuando pasamos
entre los pasajes de la vida de los judíos, la crueldad nazis, los quehaceres
cotidianos y la trama de los personajes. La escena en donde Spielberg da más énfasis
es en la de la niña del saco rojo; lo único que tiene color en toda la
película, interpretada por Oliwia Dąbrowska, aparece en los guettos cuando los
soldados comienzan la matanza y se queda impregnada en los ojos de Schindler
hasta que se reencuentra con su cadáver que solo logra reconocer por el saco de
color cuando están apilando todos los cuerpos para su cremación; escena chantajista e interesante si
la vinculas al cambio en el personaje principal. La película es quizá el
trabajo que más ha hecho por la reputación a Spielberg; debatible como la
voz cantante en cuanto a las películas sobre el holocausto, pero en realidad es
un trabajo lleno de méritos con una espectacular puesta en escena, un completo trabajo de una
historia tan desgarradora que pasó de verdad.
Seguir a @HappyClint Tweet
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Saludos