Cristo, el humano
Por Víctor G. Gándara
"La sustancia dual de Cristo, el anhelo tan humano, tan sobrehumano, del hombre por alcanzar a Dios... siempre ha sido un misterio inescrutable para mí. Mi principal angustia y fuente de alegrías y dolores desde mi juventud ha sido la incesante, despiadada batalla entre el espíritu y la carne... y mi alma es la arena donde estas dos fuerzas se encuentran y colisionan"
–Nikos Kazantzakis
Con la cita anterior el italoamericano introduce su film. No
sé ustedes, pero yo distingo dos Martin Scorsese: el de los dramas criminales y
el random. Al primero lo recordamos por clásicos como Mean Streets, Goodfellas,
Taxi Driver, Toro Salvaje, Cape Fear, Casino,
incluso El Lobo de Wall Street (esa chusca
apología a la depravación; aunque Scorsese lo negase), entre otras. El segundo
es más ecléctico, pasa por comedia, suspenso y hasta cine infantil.
La última tentación de Cristo
(1988) es quizás su film más destacado en polémica y temática, no sólo por
calidad (que la tiene). Y, no sabría a cuál de los Scorsese culpar de tremenda
herejía, probablemente haya que denominar a un tercero para ésta. La peli
escandalizó a los sectores más fundamentalistas del catolicismo, transgredió al
grado de motivar protestas y prohibición en varias partes del mundo. Tal vez el
caso más grave fue un incendio provocado; en octubre del 88 un grupo de
católicos radicales encendieron el teatro Saint Michel de París mientras se proyectaba el largometraje (defendiendo el nombre de Cristo, claro). Se dice incluso que el Papa Juan Pablo II y la Madre
Teresa de Calcuta llamaron a no asistir a las salas. En Chile estuvo censurada
hasta el 2003 (tuvieron que pasar 15 años desde su estreno).
De izquierda a derecha: Keitel (Judas), Daefoe (Cristo), Hershey (Magdalena) |
Basada
en la novela homónima de Nikos Kazantzakis, La
última tentación de Cristo explora la posibilidad de que Jesús no muriese en
la cruz y, en cambio, continuara su vida como el hombre común: casándose,
procreando. Menuda blasfemia ¿no? Nikos Kazantzakis (también autor de Zorba, el griego, cuya adaptación al
cine engalanó Anthony Quinn) confesó que su intención no fue otra sino escribir
la lucha interna del hombre, la que se debate entre la carne y el espíritu. La
adaptación de Scorsese no se aleja mucho de la premisa; el guión de Paul
Schrader -quien ya había colaborado con el director en Taxi Driver y Raging Bull- y las actuaciones de Willem Dafoe (interpretando
al mismísimo Jesucristo) y Harvey Keitel (un Judas reivindicado) construyen una
obra para la historia.
Tal
vez la novela de Kazantzakis sea -si la ignorancia no me dispara- el primer
acercamiento a una historia de semejante calibre. Tres décadas luego de su
publicación, o algunos años antes de su «pantalla
grande», aparece The holy blood and the holy grial (por Jonathan Cape), cuya
narración plantea otro Jesús humanizado (aunque de manera más herética, según
la concepción religiosa). De hecho el mentado Dan Brown se involucró en
conflictos legales por las similitudes de su Código Da Vinci con el anterior.
La última tentación de Cristo (peli;
confieso no haber leído la obra) no cae al nivel de obras cuyo valor radica en
el morbo que les atañe (ni el gore moralizador de Mel Gibson, que presume de
tres nominaciones al oscar y múltiples galardones, se le acerca). Si bien no
está exenta de polémica, la calidad de sus aspectos no deja a desear.
Probablemente Dafoe -esa mezcla de Steve Buscemi y David Bowie- protagoniza su
papel más emblemático: un carpintero judío tomado por traidor, siendo el único
fabricante de cruces en el pueblo; atormentado desde pequeño por voces y pasos
que le siguen, que no serían otra cosa sino las señales primarias de su misión.
La
controversia del film pasa a segundo plano cuando se aprecian los elementos
técnicos (incluso filosóficos) que integra. El fervor mesiánico, la búsqueda, la
tentación, el conflicto interno… convergen en la mente de un hombre a veces
confundido. Un hombre cuyas aspiraciones proféticas lo llevaron a la
crucifixión… y la desesperanza. “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, se
pregunta Cristo en esos palos. Tal vez ahí ocurre su última tentación: el deseo
de abandonar las implicaciones divinas y convertirse en hombre, ése que ama y
se reproduce, el carnal, el que no se resiste al acecho de las emociones y la
pasión. Imaginarán la importancia de María Magdalena (Barbara Hershey) en el desarrollo.
Sin
caer comparaciones burdas con el Zaratustra
nietzscheano o el Siddhartha de
Hesse (mas vale mencionarlos), La última tentación de Cristo arroja
ese tipo de personaje que, sin ser completamente divino, tampoco es enteramente
humano. Oscila entre plataformas. Esa
ignota identidad le atribuye un encanto peculiar. Es la fascinación -a veces culposa- por el versionado (muy libre) de personajes intelectual o moralmente canonizados. El mismo Saramago escribió su propio Caín (en la novela del mismo nombre). Y, olvidaba mencionar: El evangelio según Jesucristo, también de Saramago; otra versión libre y controvertida del redentor.
La última tentación de Cristo no
es una película para ver en semana santa. O sí; dependiendo cuáles sean las
expectativas. Recomendable para todo cinéfilo, no importando prácticas
religiosas o la ausencia de éstas.
¡Salud! |
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