No es solo otra película de mamadas
Por Jorge Le Brun
Me encanta Batalla en el cielo, o al menos lo que provoca
en mí, es de esas películas que no puedo dejar de darle vueltas;
amada en algunas partes de Europa, con opiniones divididas en México; prueba de los cortos límites
de tolerancia de unos, del puritanismo de otros, del sensacionalismo de otros,
del morbo, el poco análisis, también el excesivo, entre muchas otras cosas que también son para observar. Yo mismo tengo opiniones distintas sobre la película; todo según quien vaya ganando
en mi debate interior. Lo que revela esto es que Carlos Reygadas es el “científico”
en el aparado visual más talentoso que ha dado en los últimos años el cine de Latinoamérica. Esta es una película carente de la presencia de actores profesionales, pero con algo de polémica por las razones de una "mamada".
Filme donde el
existencialismo de un chofer (al que te cuesta entender su dicción) es puesto a
prueba por un contexto; un contexto que casi no vemos, y sentimos como ajeno,
donde los personajes son tiesos y sin emociones; una falsedad bárbara “mexicanos
que deben ser subtitulados para los propios mexicanos, extranjeros de su propia
representación, de su propia imagen” diría alguien que sabe mucho más. Las empresas
que colocan el cine en la gran pantalla en México y desconozco si en el resto
de Latinoamérica, lucharon en la última década por convertir a Hollywood en el
cine nacional, y lo han logrado relativamente; la cuestión aquí no es contra
nadie; toda película es digna de verse; para odiarse, amarse o cualquier otro sentimiento,
pero es precisamente el defender esto que de paso se percibe esa realidad. Batalla en el cielo tuvo que ser autocensurada para su estreno en el país con el águila
que devora una serpiente, y todo emanado y polemizado por la dichosa escena de
una felación a cuadro hecha por una güera sexy (Anapola Mushkadiz) a un obeso
moreno de esos que dice “retroceda paratras” (Marcos Hernández, quien es chofer
en la vida real).
Lo escrito anteriormente se
debe a que de muchas formas la película no fue juzgada por lo que es concretamente;
si no por las expectativas que en este caso están muy "hollywoodsadas". No hablamos ni siquiera de la primera escena de una felación en el cine
convencional; en 2003 el chiste fue llevado al cine en manos de Vincent Gallo con
la muy golpeada The Brown Bunny,
película que nadie vio pero que todos recuerdan por una escena, en la que Chloë
Sevigny hace el mentado blowjob a Gallo ante los ojos de algunos aficionados al
youporn y derivados; pocos recuerdan de que trataba la propuesta. Incluso es más vieja la representación explicita hecha
por el director Nagisa Oshima en Ai
no korîda (El imperio de los sentidos), y donde se pueden
ver intensas escenas sadomasoquistas a parte del acto sexual oral. Aquí suele cometerse un prejuicio contra lo europeo cuando los cánones locales lo rechazan, o mejor dicho, cuando reconoce la audiencia elementos de su folclore. Claro, para ser justos también hay snobismo
proeuropeo, pero eso será otro tema.
El sexo es completamente explícito
en esta película, pero sin ser sexo; el chofer no hace expresiones en su rostro
cuando recibe la condenada mamada de la joven, y esta solo se limita a unas lágrimas;
rompe el vínculo sensorial de la imagen-movimiento; nadie siente nada en esa
imagen, nadie dentro de las tres paredes, claro está. La fealdad, la miseria,
lo “crudo” y un delicioso patetismo se hacen sentir durante el metraje. Cuerpos
desnudos lejos del arquetipo de la modelo se ven cuando el chofer de nombre
Marcos, restriega su cuerpo desnudo con su esposa (Berta Ruiz), un gordita de
esas que no le gustan nada a los defeños y a nadie que ame a las “bellezas
clásicas”, en una de las más interesantes escenas del filme en donde, mientras el sexo se da, puede verse un rostro de un Jesucristo con una lanza atravesada en frente de la cama; ese rostro sugiere placer. Bueno, fue más para el convencionalismo chocante sin duda que la rubia guapa estuviera con
el bodoque; obliga al espectador casual a sentirse
incómodo.
Terminada la primer escena,
podemos ver que el chofer y su esposa son los secuestradores del bebe de unos
adinerados, el cual murió por razones desconocidas. Marcos es el chofer de un
general; al enterarse de lo sucedido comienza una espiral; se encuentra abatido,
aparentemente obsesionado por las consecuencias de sus acciones. Su esposa,
Berta, intenta consolarlo por el crimen que los dos hicieron, pero es la hija
de su patrón, Ana, la que le da alivio a su sufrimiento. Ana es una prostituta
de clase alta, por pertenencia y por clientela; adinerada y colaboradora en una
boutique sexual. Se ve el contraste entre el secuestro de un bebé como respuesta
a una necesidad “real” y la “rebeldía” de una mujer pudiente que se prostituye
por “diversión”.
La pornografía puede ser
artística y moralmente superior a los absurdos, repetitivos y cursis filmes de
lo que hoy conocemos en gran parte de occidente como erotismo. Batalla en el cielo se acercó a lo
pornográfico (corrección, a la construcción del concepto pornográfico en este y
varios países) y salió bien librada artísticamente, en mi opinión. El argumento
de mayor crítica es contra la escena de inicio y la final; llegó a transgredir
el tejido. Quizá el día de hoy aún no se encuentra bien parada, quizá sea culpa
de las debilidades de la cinta, sin embargo son los riesgos que se topa el
camino experimental, y solo a través de ellos se puede buscar cierta autenticidad.
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