11/11/15

Frenzy (Alfred Hitchcock 1972)

El detalle está en la corbata

Por Jorge Le Brun



“Otro Jack el Destripador”, “No, él las descuartizaba.”



Empezamos con un travelling descriptivo sobre el río Támesis; los detalles de su alrededor, y llegamos a la orilla en donde hay un gran cumulo de gente escuchando el discurso de un ministro. El político dando una perorata allí mismo, con ímpetu y haciendo énfasis sobre la belleza y relevancia del río; todo con el propósito de limpiar sus aguas para que sean hoy tan grande como fuera en el ayer, garantizando que no habrá más desperdicios en esas aguas. La vida le agradece al ministro; justo en la parte donde empezaba el falso quiebre de voz para emocionar al público, alguien grita; todos voltean y ven cómo sobre esas aguas “de la necesaria limpieza” flota un cadáver; una mujer, desnuda y ahorcada con una corbata; inmediatamente, dos asistente discuten el diálogo que cito arriba. Llena de humor negro, los elementos clásicos que componían su cine; Alfred Hitchcock presentó, Frenesí, la película más cargada de violencia de su filmografía; muy querida por los que conocen del “maestro del suspenso”, pero también algo infravalorado frente a otros títulos, pese a no pedirles nada.   

Hitchcock empezó su carrera en su natal Inglaterra, antes de ser traído a Estados Unidos por el productor David O. Selznick en 1939. Esta película supuso la vuelta del pérfido director a su patria tras más de cuatro décadas en Hollywood y más de veinte años sin rodar en Inglaterra. Con bajo presupuesto y un rechazo de Michael Caine al papel del psicópata asesino aunque con mayor libertad creativa, Hitch filmó su trabajo más explícito. Los actos de un violador y homicida de mujeres a las cuales estrangula con corbatas (Barry Foster), terminan manchando a un inocente en la culpabilidad (Jon Finch), un tipo desagradable y productor de morbo en sus conocidos; pero incapaz del asesinato; en cambio el culpable es un sujeto carismático del que nadie sospecha. No solo se trata de un retorno y una puerta a la libertad, si no del penúltimo trabajo de la extensa filmografía del “maestro del suspenso” basada en la novela Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square de Arthur La Bern.

Richard Blaney es un tipo antipático, agresivo, de trato tosco y acusado por su ex jefe de robarle alcohol de su cantina; divorciado de una mujer con la que aún mantiene una tensa relación, el sujeto posee una vena violenta como pocos; su contraste, Robert Rusk, es un tipo agradable, un vendedor de frutas, querido por todos, incluso los policías; quien diría que es un sádico, misógino y brutal asesino. Es poco el tiempo que se nos oculta quien es el culpable de los crímenes, y vemos como todos han condenado ya a Blaney por razones circunstanciales, prejuicios o rencillas por alcohol robado (y no supimos si era verdad eso); con algunas excepciones, todos están dispuestos a colaborar en la captura de nuestro “falso culpable”. El juicio de una sociedad siempre se centra más en factores emocionales o ideológicos que lógicos; todo individuo que salé de los modales establecidos para la civilidad de un grupo es por lo general vulnerable a ser más cuestionado, ridiculizado, odiado o sentenciado, después de todo, si no respeta “las normas” ¿Qué más cosas no hará? Esa es la lógica de la preservación hegemónica; como cuando decidimos darle nuestro apoyo a un político que cumple con nuestro arquetipo y el desprecio al que no; todo depende del concepto considerado por cada grupo. El “asesino de la corbata” no podía ser alguien simpático y querido en esa comunidad, no; tenía que ser alguien grosero, mal vestido, y violador de las normas; alguien con el que no se pudieran identificar los demás sujetos. Rusk en cambio, aun siendo un maniaco sexual, producía sentido de pertenencia. También debemos reconocer que múltiples casualidades perjudican el juicio para el acusado; no cabe duda que Kafka fuera otra gran influencia de este cineasta.






















La época de los asesinatos sugeridos en donde no volvemos a ver los cuerpos terminó; en esta película vemos a cuadro al asesino en una despiadada escena de violación, muerte y cuerpos sin vida desnudos. Bueno, en realidad hay una escena muy importante en donde no vemos el siniestro; es cuando el asesino ofrece asilo en su casa a una de las víctimas y entran a su apartamento, la cámara en zoom out se va alejando del lugar hasta llevarnos al exterior en donde la vida continua y donde el acontecimiento por terrible que pudieses considerarse, era uno más en el espacio; la escena  se repite de algunas otras formas (como en el juicio) durante el metraje, da a entender la fatalidad de los hechos, lo inevitable del momento, en donde la suerte fue echada; muchas películas de posteriores géneros han utilizado este elemento desde aquel entonces.























El humor negro juega un papel fundamental en esta película y complementa correctamente lo chocante que puede parecer en algunos momentos. El guion escrito por Anthony Shaffer posee varias escenas hilarantes; como el sufrimiento por el que tiene que pasar el “asesino de la corbata” cuando descubre que hay forma de incriminarlo y tiene que recuperar un valioso objeto suyo que quedó en la mano de  una de sus presas. También debemos tomar en cuenta al despistado inspector de policía, Oxford (Alec McGowen), quien se encuentra investigando el caso mientras muere de hambre y asco ante las habilidades culinarias de su esposa (Vivien Merchant), quien está empeñada en la preparación de platillos franceses que no terminan de convencer ni en sabor ni textura a su victimario y torturado esposo. Los platillos de la mujer hacen de alguna forma humorística una asociación entre el arte culinario y el arte del asesinato, con la irónica coincidencia que ambas son cosas que tiene que asumir en su vida el inspector. También los diálogos con la esposa en estas cesiones tienen relevancia, ella es la voz de la razón y el personaje con mejor juicio sobre las personas (no así sobre la comida) que aparece a lo largo del metraje.






















Película algo extraña, es para muchos, el último destello de brillantes del adorable británico, que terminaría su carrera con una película más. La censura, que Hitchcock ayudo a romper años atrás, estaba cada vez más lejos; pudo hacer presente en esta película algo de erotismo y la ya mencionada violencia a cuadro. Si es una obra maestra o una película muy notable, es un debate que los resolverán los gustos generacionales. Lo que pienso es que en este trabajo está mucho de lo que Hitch hubiera querido filmar y solo el código de producción para la Motion Picture Association of America (MPAA) le impidió durante algunas décadas; aquí pudo satisfacer su morbo y lujuria. 






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