26/1/16

Delicatessen (Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro 1991)


O la relatividad de la belleza

Por Víctor G. Gándara





Las vecindad… ese curioso asentamiento milenario de estereotipos chuscos: la anciana de los pericos, o Rosita de los cuatro hijos (solteras las dos). Al fondo hallamos a Eulalio el vejo rabo verde platicando con don Evaristo el filósofo, sentados en una mesita de 50 centímetros diametrales y sus respectivas tazas de café con ron. Frente a ellos, el apartamento de Guadalupe y su hija rebelde con tres expulsiones escolares y un presunto embarazo. No puede faltar la parejita acaramelada del Nº 14; y por supuesto, Apolonio, acérrimo americanista de 52 primaveras cuya esposa (doña Dolores) lo mantiene con su honorable puesto de garnachas. En cuanto a personajes externos el cartero no puede faltar, Ramirito el voceador y hasta el lechero. Y porque sé que la memoria me falla, alguno que otro ejemplar se me habrá escapado.

Pero hay de vecindades a vecindades, algunas se ajustan a los estándares y otras son un soberano disparate. En 1991 se estrena Delicatessen, ópera prima del francés Jean-Pierre Jeunet (mejor conocido por Amelie, 2001), en colaboración con Marc Caro. El largometraje no va de vecindades en su sentido estricto, pero como si lo fuera, pues recordemos que una vecindad no sólo se constituye de personajes vecinos, sino de la interacción entre los mismos.


Sobre un llano nebuloso (o espesor envolvente) y de naturaleza funesta, se alza un edificio departamental que da origen a tan singular historia, digna de  la condecoración estrambótica y la displicencia de uno que otro aletargado. Los personajillos que vemos aquí aligeran la extrañeza de la ambientación, no porque ellos no sean extraños, sino por su comicidad... Clapet, carnicero y titular de la cloaca, petulante y sádico embustero; Aurore, depresiva fufurufa con sinfín de -elaboradísimos- suicidios frustrados; le facteur (cartero), engreído acosador; Mademoiselle Plusse, o la tía buena del lugar, como dirían los españoles; un par de niños fumadores, y Julie, hija única del carnicero, pero quizás lo más agradable entre tanto disparatado. Son solo algunas de las entidades que pululan por este recinto post-apocalíptico, aunque sin tiempo aparente.

Julie ( Marie-Laure Dougnac)

A la pocilga llega un foráneo, el incauto Louison, dejando atrás su pasado como payaso de circo. Lo recibe Clapet -el carnicero- con toda la hostilidad que le caracteriza, pero otorgándole la permanencia. Vemos así cómo Louison se embarca en una riesgosa travesía; el edificio colapsa, los escalones quiebran, sus habitantes inquietan, la comida escasea. Un lugar de estética inmunda, pero visualmente hermoso.



Y es que explicar esta contradicción no es cosa sencilla, porque la belleza es relativa, con todo y sus vertientes. ¿A quién no le encanta El Padrino?, ¿quién no odiaría, sin embargo, despertar con la cabeza de su mascota en la cama o morir en una emboscada? Quienes aprecian el autorretrato con oreja cortada de Van Gogh, ¿disfrutarían mutilarse la propia? Así es Delicatessen, un escenario repugnante para percepciones susceptibles imaginándose ahí, pero agradable a la vista (y hasta al oído) de quien lo contempla. He hallado esta dualidad -incluso más intensamente- en otras obras, pero ahora no hablaremos de eso.

Clapet (Jean-Claude Dreyfus)

Dudo que haya sido la intención de Jeunet y Caro reflexionar entorno a ello, aunque sí buscaron superar convencionalismos. Lo poco convencional no suele agradar al público, y al igual que los estándares de belleza, tiene que ver con el arcaísmo de ciertas costumbres.

¿Por qué una película/libro puede gustarle a muchos y a otros no? ¿Cómo es que una obra estructuralmente respetable pueda ser demeritada por las mayorías? Tal vez se deba en parte a la omisión y/o sobrevaloración de los detalles. En la psicología gestalt existe algo conocido como figura-fondo: la “figura” es todo aquello que percibimos en primera instancia con respecto a algo, el “fondo” los detalles que pasamos por alto. Cuando de primera mano rechazamos una cosa posiblemente no estemos viendo/comprendiendo el todo. 

Algo así sucede con Delicatessen. No estoy diciendo que sea una obra vapuleada por la crítica, de hecho tiene buen nivel de aceptación en sitios como Rotten Tomatoes o  IMBd, pero es un caso peculiar. Aunque musical y visualmente tiene sus virtudes hay en ella algo inquietante; su ritmo podría aburrir al auditorio malacostumbrado y me atrevo a decir que también a uno que otro cinéfilo empedernido. De la misma manera encanta a otros tantos.

Louison (Dominique Pinon)

Una historia de excentricidad y barbarie definida por momentos: la llegada de Louison, éste impresionando al par de niños fumadores con una cubeta de agua jabonosa y burbujas campantes, ante los ojos de una cautivada Julie;  una cita cándida de erotismo subyacente, la pesadilla del foráneo, esos párvulos robándole bragas a la tía buena del edificio más la faena para el australiano, la conspiración, un beso bajo el agua, el chelo, el cielo. El amor. Todo ello a la sombra de lo bizarre.

No es que sea la gran obra maestra del siglo XX, no, ni tampoco que en su tiempo mereciese los máximos premios académicos, pero es una pieza especial que merece visionarse. Muy bella para mí, aunque con eso de que la belleza es relativa quizás no sea buena después de todo. O tal vez sí. 







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