O la relatividad de la belleza
Por Víctor G. Gándara
Las
vecindad… ese curioso asentamiento milenario de estereotipos chuscos: la
anciana de los pericos, o Rosita de los cuatro hijos (solteras las dos). Al
fondo hallamos a Eulalio el vejo rabo verde platicando con don Evaristo el filósofo,
sentados en una mesita de 50 centímetros diametrales y sus respectivas tazas de
café con ron. Frente a ellos, el apartamento de Guadalupe y su hija rebelde con
tres expulsiones escolares y un presunto embarazo. No puede faltar la parejita
acaramelada del Nº 14; y por supuesto, Apolonio, acérrimo americanista de 52
primaveras cuya esposa (doña Dolores) lo mantiene con su honorable puesto de
garnachas. En cuanto a personajes externos el cartero no puede faltar, Ramirito
el voceador y hasta el lechero. Y porque sé que la memoria me falla, alguno que
otro ejemplar se me habrá escapado.
Pero
hay de vecindades a vecindades, algunas se ajustan a los estándares y otras son
un soberano disparate. En 1991 se estrena Delicatessen, ópera prima del francés
Jean-Pierre Jeunet (mejor conocido por Amelie,
2001), en colaboración con Marc Caro. El
largometraje no va de vecindades en su sentido estricto, pero como si lo fuera,
pues recordemos que una vecindad no sólo se constituye de personajes vecinos,
sino de la interacción entre los mismos.
Sobre
un llano nebuloso (o espesor envolvente) y de naturaleza funesta, se alza un
edificio departamental que da origen a tan singular historia, digna de la condecoración estrambótica y la
displicencia de uno que otro aletargado. Los personajillos que vemos aquí
aligeran la extrañeza de la ambientación, no porque ellos no sean extraños,
sino por su comicidad... Clapet,
carnicero y titular de la cloaca, petulante y sádico embustero; Aurore, depresiva fufurufa con sinfín de
-elaboradísimos- suicidios frustrados; le
facteur (cartero), engreído acosador; Mademoiselle Plusse, o la
tía buena del lugar, como dirían los españoles; un par de niños fumadores, y Julie, hija única del carnicero, pero
quizás lo más agradable entre tanto disparatado. Son solo algunas de las entidades
que pululan por este recinto post-apocalíptico, aunque sin tiempo aparente.
Julie ( Marie-Laure Dougnac) |
A la
pocilga llega un foráneo, el incauto Louison,
dejando atrás su pasado como payaso de circo. Lo recibe Clapet -el carnicero- con toda la hostilidad que le caracteriza,
pero otorgándole la permanencia. Vemos así cómo Louison se embarca en una riesgosa travesía; el edificio colapsa,
los escalones quiebran, sus habitantes inquietan, la comida escasea. Un lugar
de estética inmunda, pero visualmente hermoso.
Y es
que explicar esta contradicción no es cosa sencilla, porque la belleza es
relativa, con todo y sus vertientes. ¿A quién no le encanta El Padrino?, ¿quién no odiaría, sin
embargo, despertar con la cabeza de su mascota en la cama o morir en una
emboscada? Quienes aprecian el autorretrato con oreja cortada de Van Gogh,
¿disfrutarían mutilarse la propia? Así es Delicatessen,
un escenario repugnante para percepciones susceptibles imaginándose ahí,
pero agradable a la vista (y hasta al oído) de quien lo contempla. He hallado esta
dualidad -incluso más intensamente- en otras obras, pero ahora no
hablaremos de eso.
Clapet (Jean-Claude Dreyfus) |
Dudo
que haya sido la intención de Jeunet y Caro reflexionar entorno a ello, aunque
sí buscaron superar convencionalismos. Lo poco convencional no suele agradar al
público, y al igual que los estándares de belleza, tiene que ver con el
arcaísmo de ciertas costumbres.
¿Por
qué una película/libro puede gustarle a muchos y a otros no? ¿Cómo es que una
obra estructuralmente respetable pueda ser demeritada por las
mayorías? Tal vez se deba en parte a la omisión y/o sobrevaloración de los
detalles. En la psicología gestalt existe
algo conocido como figura-fondo: la
“figura” es todo aquello que percibimos en primera instancia con respecto a
algo, el “fondo” los detalles que pasamos por alto. Cuando de primera mano
rechazamos una cosa posiblemente no estemos viendo/comprendiendo el todo.
Algo
así sucede con Delicatessen. No estoy
diciendo que sea una obra vapuleada por la crítica, de hecho tiene buen nivel
de aceptación en sitios como Rotten Tomatoes o IMBd, pero es un caso peculiar. Aunque musical
y visualmente tiene sus virtudes hay en ella algo inquietante; su ritmo podría
aburrir al auditorio malacostumbrado y me atrevo a decir que también a uno que
otro cinéfilo empedernido. De la misma manera encanta a otros tantos.
Louison (Dominique Pinon) |
Una
historia de excentricidad y barbarie definida por momentos: la llegada de Louison, éste impresionando al par de
niños fumadores con una cubeta de agua jabonosa y burbujas campantes, ante los
ojos de una cautivada Julie; una cita cándida de erotismo subyacente, la
pesadilla del foráneo, esos párvulos robándole bragas a la tía buena del
edificio más la faena para el australiano, la conspiración, un beso bajo el
agua, el chelo, el cielo. El amor. Todo ello a la sombra de lo bizarre.
No
es que sea la gran obra maestra del siglo XX, no, ni tampoco que en su tiempo
mereciese los máximos premios académicos, pero es una pieza especial que merece
visionarse. Muy bella para mí, aunque con eso de que la belleza es relativa quizás
no sea buena después de todo. O tal vez sí.
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