12/2/16

Ran (Akira Kurosawa 1985)

Pesimismo enciclopédico y muchas muertes

Por Jorge Le Brun


“Akira es genial, maravilloso. Es el único cineasta, aparte de mí a quien consiento, con gusto, que se ponga a prueba con William Shakespeare; y debo reconocer que, entre nosotros dos, él es mejor”.
- Orson Wells


Con el temor de equivocarme, jamás he entiendo cuando se refieren a Akira Kurosawa como “el más occidental de los directores japoneses” (lo más extraño es que los occidentales también usamos ese término); se entiende por ejemplo que sus inicios en el cine fueron durante la segunda guerra mundial donde el nacionalismo y militarismo se encontraban en su punto, lo que lo llevó a tener “supervisión artística” por parte del régimen y bajo esas condiciones, no sería extraño que un cosmopolita como el también apodado “emperador” (por su perfeccionismo) recibiera semejante apodo que incluso algunos toman como un punto menos en su filmografía. Sin duda Kurosawa tiene entre sus influencias a Shakespeare y Dostoievski, pero su obra al igual que la de esos autores tiene un carácter más bien universal (creo ese sería un epíteto más correcto). De una u otra forma hablamos de uno de los más grandes artistas y maestros que ha dado el séptimo arte; uno de los artistas más originales e influyentes para el cine actual.

Kurosawa era una de las figuras más respetadas de los jóvenes cineastas de los 70s; incluso en una ocasión George Lucas y Francis Ford Coppola (los American Zoetrope) convencieron a la 20th Century Fox para que financiaran lo que faltaba de Kagemusha (1980), obra que fue un gran éxito y fue muy elogiada. Pensaban todos que este sería el último trabajo del cineasta nipón, o al menos su último atisbo de buen cine; no contaba nadie con que tenía guardado Ran y que estaría lista en 5 años más, a sus 75 años tuvo la energía para dirigir una enorme y colorida pieza épica; una de las más caras realizadas fuera de Gringolandia.




La principal inspiración es un episodio en la vida de Motonari Mori, un poderoso señor feudal del siglo XVI que gobernaba en parte de lo que hoy es Hiroshima. Cuenta la historia, que cuando el lord se encontraba ya viejo, trae a sus tres hijos a su presencia, les entrega una flecha a cada uno y seguido les solicita que las rompan. Los tres la quebraron fácilmente, por lo que seguido toma tres flechas y le pide a cada uno que intente romperlas juntas, cosa que ninguno logra. Esta parábola, que buscaba que sus hijos se ayudasen entre sí cuando él muriese, ha guiado tradicionalmente a la población de Hiroshima a lo largo de los siglos. Kurosawa supuso que los tres hijos eran más buenos que el pan blanco y todo le salió bien al señor Motonari por lo que realiza la pregunta ¿Qué hubiera pasado si los hijos no hubieran sido tan virtuosos? Sin duda El Rey Lear de William Shakespeare le ayudó a encontrar la respuesta.


Motonari Mori

Los personajes de la obra de Shakespeare son sin duda buenos y malos; la obra está centrada en la ingratitud de los hijos (en ese caso hijas) y también la del padre con la única hija que le es fiel y sincera. Los personajes de Kurosawa son sin duda más complejos y el tema desborda en nihilismo absoluto. Un poderoso señor que obtuvo su poder por medio de la violencia y la traición que espera vivir sus últimos días tranquilamente sin pensar que la misma violencia y la traición que alguna vez utilizó serían ahora las que lo llevarían a la locura y el sufrimiento. Kurosawa ofrece una visión desoladora y sin esperanza sobre la condición de los hombres entre los cuales ningún noble sentimiento puede aspirar a ser recompensado. Declaró “El emperador” alguna vez que Shakespeare no daba “un pasado propio” a sus personajes; nada que ver con los protagonistas principales de Ran que poseen historias detalladas y mayor personalidad.
























El relato comienza con una feroz caza de jabalíes, donde es introducido el personaje principal, el señor Hidetora (Tatsuya Nakadai), un señor feudal dueño de tres castillos y la cabeza del clan Ichimonji. Majestuoso y poderoso, es dueño de un enorme territorio el cual consiguió por medio de crueldad y de violentos. Viendo que su declinar físico y mental le acecha, Hidetora decide repartir sus tierras entre sus tres hijos reservándose el título y los derechos de patriarca del clan. Es aquí cuando ocurre uno de los pasajes más interesantes, pues el patriarca intenta utilizar la parábola de Motonari que tiene su particular fin cuando su hijo menor rompe las tres flechas con la rodilla e increpa a su padre que es una estúpida idea la de esperar una vida tranquila y que ninguno de sus hijos lo traicione en un mundo que está condicionado por la estupidez humana.

Finalmente un Hiderota ofendido, destierra a su hijo menor y premia la lambisconería de los otros dos, los cuales muestran su verdadero rostro y comienza una brutal guerra en la que cortesanos, damiselas y samuráis destruyen todo a su paso para lograr sus respectivas ambiciones. Una escena cumbre es cuando Hiderota, utilizando su tercer castillo como refugio, es asediado por los ejércitos de sus dos hijos; de un hombre duro y recio se convierte en un senil despojo que ha perdido la cordura y solo es acompañado por su bufón. Es aquí cuando comienza un viaje en el que descubre que todo es consecuencia del mundo al que ayudó a crear.



Los actores en la obra se valen del teatro kabuki para sus caracterizaciones; distinguido por su drama estilizado y el uso de maquillajes elaborados en los interpretes; interesado más en las expresiones y el simbolismo, y menos en la realidad concreta. Destacan por sobre todos el papel de Hiderota que pareciera un Zeus asiático caído por su sobrenatural porte, y también sobresale el de la esposa de su primogénito, Kaede (Mieko Harada), quien perdió a su familia y sus tierras por culpa de las acciones de su suegro y terminó casándose con Tarō (el hijo mayor interpretado por Akira Terao); convertida en una criatura llena de odio y venganza cubierta de piel; manipulando a su débil esposo y posteriormente al envidioso, traicionero y pasional segundo hijo de Hiderota, Jirō (Jinpachi Nezu), para llevar a cabo la destrucción de todo a su paso, sin importar a quien se lleve. Finalmente está la interpretación del hijo menor, Saburō, un tipo de trato rudo pero honesto y fiel a su padre; uno de los pocos personajes que parece ajeno a ese mundo sin lealtad y de pura destrucción. La carga dramática y el tono teatral caracterizan las interpretaciones.


















El poder y la crueldad lo consumen todo a su paso; la inocencia, representada en los personajes de la religiosa Sué, esposa de Jirō, y su hermano Tsurumaru (quien perdió sus ojos por órdenes de Hidetora) son los únicos supervivientes de la destrucción de otro castillo que Hidetora quemó hasta sus cimientos y ahora están en medio de mucha más destrucción enfatizando que la vida es carente de todo sentido, donde los dioses, existan o no, son incapaces ante el desenfrene del hombre. Una visión que Kurosawa tardó diez años desde que la pensó, estudió la época de su trabajo e hizo guion; un hombre cuya filmografía empezó en la más famosa de las guerras.

El estilo de este director es bastante propio, utilizaba para sus cámaras lentes de teleobjetivo, para tomar la mayor distancia posible a los actores a la hora de interpretar; esto era para aplanar el encuadre y pensando que los histriones lograrían una más elaborada actuación. La puesta en escena es espectacular y obedece a la necesidad de planos generales que parecen pinturas de colores brillantes. Las escenas de batallas son opulentas y la sangre brota a chorros cuando las cabezas son cortadas de sus cuellos; logra el filme captándolo mediante tres cámaras, con diferentes ángulos y estratégicamente colocadas para lograr tomas simultáneas, acompañado todo con la enérgica música del maestro Toru Takemitsu, quien en palabras de Akira “era un hombre de talento, con una fuerte personalidad”.
























Una universalidad vista desde una lente asiática. Ran con sus imponentes encuadres es sin duda uno de los trabajos más importantes del realizador. "Ran es una tragedia sobre el poder, sobre la ambición y la estupidez de los hombres que luchan y combaten", afirmó Kurosawa; lo único que hay es el desolador paisaje de la humanidad.





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