Pesimismo enciclopédico y muchas muertes
Por Jorge Le Brun
“Akira es genial, maravilloso. Es el único cineasta,
aparte de mí a quien consiento, con gusto, que se ponga a prueba con
William Shakespeare; y debo reconocer que, entre nosotros dos, él es mejor”.
- Orson Wells
Con el temor de equivocarme,
jamás he entiendo cuando se refieren a Akira Kurosawa como “el más occidental
de los directores japoneses” (lo más extraño es que los occidentales también
usamos ese término); se entiende por ejemplo que sus inicios en el cine fueron
durante la segunda guerra mundial donde el nacionalismo y militarismo se
encontraban en su punto, lo que lo llevó a tener “supervisión artística” por
parte del régimen y bajo esas condiciones, no sería extraño que un cosmopolita
como el también apodado “emperador” (por su perfeccionismo) recibiera semejante
apodo que incluso algunos toman como un punto menos en su filmografía. Sin duda
Kurosawa tiene entre sus influencias a Shakespeare y Dostoievski, pero su obra
al igual que la de esos autores tiene un carácter más bien universal (creo ese
sería un epíteto más correcto). De una u otra forma hablamos de uno de los más
grandes artistas y maestros que ha dado el séptimo arte; uno de los artistas
más originales e influyentes para el cine actual.
Kurosawa era una de las
figuras más respetadas de los jóvenes cineastas de los 70s; incluso en una ocasión
George Lucas y Francis Ford Coppola (los American Zoetrope) convencieron a la 20th
Century Fox para que financiaran lo que faltaba de Kagemusha (1980), obra que fue un gran éxito y fue muy elogiada.
Pensaban todos que este sería el último trabajo del cineasta nipón, o al menos
su último atisbo de buen cine; no contaba nadie con que tenía guardado Ran y que estaría lista en 5 años más, a
sus 75 años tuvo la energía para dirigir una enorme y colorida pieza épica; una
de las más caras realizadas fuera de Gringolandia.
La principal inspiración es
un episodio en la vida de Motonari Mori, un poderoso señor feudal del siglo XVI
que gobernaba en parte de lo que hoy es Hiroshima. Cuenta la historia, que
cuando el lord se encontraba ya viejo, trae a sus tres hijos a su presencia,
les entrega una flecha a cada uno y seguido les solicita que las rompan. Los
tres la quebraron fácilmente, por lo que seguido toma tres flechas y le pide a
cada uno que intente romperlas juntas, cosa que ninguno logra. Esta parábola,
que buscaba que sus hijos se ayudasen entre sí cuando él muriese, ha guiado
tradicionalmente a la población de Hiroshima a lo largo de los siglos. Kurosawa
supuso que los tres hijos eran más buenos que el pan blanco y todo le salió
bien al señor Motonari por lo que realiza la pregunta ¿Qué hubiera pasado si los hijos
no hubieran sido tan virtuosos? Sin duda El Rey Lear de William Shakespeare le ayudó a encontrar la
respuesta.
Motonari Mori |
Los personajes de la obra de
Shakespeare son sin duda buenos y malos; la obra está centrada en la ingratitud
de los hijos (en ese caso hijas) y también la del padre con la única hija que
le es fiel y sincera. Los personajes de Kurosawa son sin duda más complejos y
el tema desborda en nihilismo absoluto. Un poderoso señor que obtuvo su poder
por medio de la violencia y la traición que espera vivir sus últimos días
tranquilamente sin pensar que la misma violencia y la traición que alguna vez utilizó
serían ahora las que lo llevarían a la locura y el sufrimiento. Kurosawa ofrece
una visión desoladora y sin esperanza sobre la condición de los hombres entre
los cuales ningún noble sentimiento puede aspirar a ser recompensado. Declaró “El
emperador” alguna vez que Shakespeare no daba “un pasado propio” a sus personajes;
nada que ver con los protagonistas principales de Ran que poseen historias detalladas y mayor personalidad.
El relato comienza con una
feroz caza de jabalíes, donde es introducido el personaje principal, el señor
Hidetora (Tatsuya Nakadai), un señor feudal dueño de tres castillos y
la cabeza del clan Ichimonji. Majestuoso y poderoso, es dueño de un enorme
territorio el cual consiguió por medio de crueldad y de violentos. Viendo que
su declinar físico y mental le acecha, Hidetora decide repartir sus tierras
entre sus tres hijos reservándose el título y los derechos de patriarca del
clan. Es aquí cuando ocurre uno de los pasajes más interesantes, pues el
patriarca intenta utilizar la parábola de Motonari que tiene su particular fin
cuando su hijo menor rompe las tres flechas con la rodilla e increpa a su padre
que es una estúpida idea la de esperar una vida tranquila y que ninguno de sus
hijos lo traicione en un mundo que está condicionado por la estupidez humana.
Finalmente un Hiderota
ofendido, destierra a su hijo menor y premia la lambisconería de los otros dos,
los cuales muestran su verdadero rostro y comienza una brutal guerra en la que cortesanos,
damiselas y samuráis destruyen todo a su paso para lograr sus respectivas
ambiciones. Una escena cumbre es cuando Hiderota, utilizando su tercer castillo
como refugio, es asediado por los ejércitos de sus dos hijos; de un hombre duro
y recio se convierte en un senil despojo que ha perdido la cordura y solo es
acompañado por su bufón. Es aquí cuando comienza un viaje en el que descubre
que todo es consecuencia del mundo al que ayudó a crear.
Los actores en la obra se
valen del teatro kabuki para sus caracterizaciones; distinguido por su drama
estilizado y el uso de maquillajes elaborados en los interpretes; interesado más en
las expresiones y el simbolismo, y menos en la realidad concreta. Destacan por
sobre todos el papel de Hiderota que pareciera un Zeus asiático caído por su sobrenatural
porte, y también sobresale el de la esposa de su primogénito, Kaede (Mieko
Harada), quien perdió a su familia y sus tierras por culpa de las acciones de
su suegro y terminó casándose con Tarō (el hijo mayor interpretado por Akira
Terao); convertida en una criatura llena de odio y venganza cubierta de
piel; manipulando a su débil esposo y posteriormente al envidioso, traicionero
y pasional segundo hijo de Hiderota, Jirō (Jinpachi Nezu), para llevar a cabo la
destrucción de todo a su paso, sin importar a quien se lleve. Finalmente está
la interpretación del hijo menor, Saburō, un tipo de trato rudo pero honesto y
fiel a su padre; uno de los pocos personajes que parece ajeno a ese mundo sin
lealtad y de pura destrucción. La carga dramática y el tono teatral
caracterizan las interpretaciones.
El poder y la crueldad lo consumen
todo a su paso; la inocencia, representada en los personajes de la religiosa
Sué, esposa de Jirō, y su hermano Tsurumaru (quien perdió sus ojos por órdenes
de Hidetora) son los únicos supervivientes de la destrucción de otro castillo
que Hidetora quemó hasta sus cimientos y ahora están en medio de mucha más
destrucción enfatizando que la vida es carente de todo sentido, donde los
dioses, existan o no, son incapaces ante el desenfrene del hombre. Una visión
que Kurosawa tardó diez años desde que la pensó, estudió la época de su trabajo
e hizo guion; un hombre cuya filmografía empezó en la más famosa de las guerras.
El estilo de este director
es bastante propio, utilizaba para sus cámaras lentes de teleobjetivo, para
tomar la mayor distancia posible a los actores a la hora de interpretar; esto
era para aplanar el encuadre y pensando que los histriones lograrían una más
elaborada actuación. La puesta en escena es espectacular y obedece a la
necesidad de planos generales que parecen pinturas de colores brillantes. Las
escenas de batallas son opulentas y la sangre brota a chorros cuando las cabezas
son cortadas de sus cuellos; logra el filme captándolo mediante tres cámaras,
con diferentes ángulos y estratégicamente colocadas para lograr tomas
simultáneas, acompañado todo con la enérgica música del maestro Toru Takemitsu,
quien en palabras de Akira “era un hombre de talento, con una fuerte
personalidad”.
Una universalidad vista
desde una lente asiática. Ran con sus
imponentes encuadres es sin duda uno de los trabajos más importantes del
realizador. "Ran es una tragedia sobre el poder, sobre la ambición y la
estupidez de los hombres que luchan y combaten", afirmó Kurosawa; lo único
que hay es el desolador paisaje de la humanidad.
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