La agonía de Ticio y “metafísica de la mierda” según McQueen
Por Jorge Le Brun
“Vi
también a Titio, el hijo de la augusta Gea, echado en el suelo, donde ocupaba
nueve yugadas. Dos buitres, uno de cada lado, le roían el hígado, penetrando
con el pico en sus entrañas, sin que pudiera rechazarlos con las manos”.
- Homero, La Odisea
Un mito griego de menor
conocimiento popular es el del gigante Ticio; su crimen fue el de sentir una
intensa lujuria por la diosa Leto e intentar poseerla de un modo u otro;
intentó violarla animado por la diosa Hera y para su infortunio, los hijos de
su víctima, los dioses Artemis y Apolo acudieron al rescate. El castigo del "galán" fue prometeico; encadenado al suelo por toda la eternidad mientras
buitre, águila, serpiente o chupacabras devoraba eternamente su inagotable hígado,
órgano asociado a la pasión para los antiguos habitantes de la región.
Las distintas versiones dan
diferentes madres al gigante del que hablo, pero siempre hay una constante,
nació y fue criado bajo tierra. Leto por su parte era una diosa de la noche,
pero portadora de la luz, ella nos llevaba a un nuevo día. Ticio era entonces
instigado por el legendario espíritu vengativo de Hera en su vida subterránea,
alguien que luchaba por ver por fin la luz de un nuevo día; la pasión si bien
puede sugerirse como pulsión a veces viene en forma de sublimación. La pintura
nos lo revela en manos del renacentista Tiziano y del barroco tenebrismo de José
de Ribera alias “El españolito”; sobre todo en este último podemos ver que el
enorme Ticio es en realidad un hombre delgado en constante sufrimiento y
perdiendo la carne de su cuerpo a manos de las bestias, mientras continuaba
prisionero en el tártaro, la gran prisión de la teología olímpica.
Ticio (1963) por José de Ribera. |
Conocido como The Troubles
(Los Problemas), el conflicto de Irlanda del Norte fue un problema militar que
podría catalogarse como una guerra (de carácter civil principalmente) por su
escala (enormes bajas británicas y gasto de recursos, así como la llegada del
conflicto tanto a Inglaterra como a la República de Irlanda); una brutal guerra
que jamás fue declarada. Una de las grandes escuelas de terrorismo, conflictos
religiosos y étnicos modernos puede percibirse en ese periodo que aún tiene
algunas heridas abiertas. Los católicos republicanos que se habían quedado en
Irlanda del Norte (minoría étnica) tenían una historia de fricciones con el
gobierno británico y el grupo de protestantes (mayoría) que gozaban de todo el
poder político; movidos por la imposición de su propia agenda o por la
posibilidad de independizarse, formaron grupos paramilitares como IRA. Los
prisioneros de guerra en la cárcel de máxima seguridad de Maze comenzaron a
protestar cuando la adorable Margaret Thacher les negó la categoría de presos
políticos; se negaron a vestir ropas de presidiario, permaneciendo desnudos o
cubiertos con ropas hechas a partir de las mantas de la cárcel. La cosa
“mejoró” cuando varios presos republicanos fueran atacados por los guardias
cuando vaciaban sus orinales, provocando que los presos se negaran a lavarse y
embadurnaran las paredes de sus celdas con sus propios excrementos. Y la cosa
siguió subiendo de tono cuando en 1981, el miembro de IRA, Bobby Sands, comenzó
una huelga de hambre.
En la novela de La Insoportable Levedad del Ser, Milan
Kundera dedica un capítulo a lo que él llama “la teología de la mierda”. Explica
la historia del hijo de Stalin, el hombre más poderoso del mundo en aquel
entonces, y como este, prisionero de los alemanes durante la segunda guerra
mundial, termina suicidándose por la exigencia de los prisioneros británicos a
que limpiara el escusado que él ensuciaba “Lo acusaron de ser sucio ¿Él, que
debía soportar el peso del mayor drama imaginable (ser al mismo tiempo hijo de
Dios y ángel reprobado), debía ser ahora sometido a juicio, no por cuestiones
elevadas (referidas a Dios y a los ángeles), sino por asuntos de mierda? ¿Está
entonces el más elevado drama tan vertiginosamente próximo al más bajo?”. El
autor concluye del suceso que la mierda, por cuestiones metafísicas ha sido
negada y convertida en algo asqueroso y la contradicción que significaría
nuestra negación a esta (cerrar la puerta del baño es como si nos
reconociéramos como un producto inaceptable de la creación). En la película que
comenzamos a analizar nos encontramos que es negada por los dos grupos que se
enfrentan (guardias y presos) y también por la forma en que es usada como
herramienta de protesta por los prisioneros, que sin quitarles su desprecio
escatológico la convierten en el lienzo de su desacato.
Los cuerpos de los
prisioneros asemejan a esas pinturas de José de Ribera, que hizo en homenaje a
los gigantes castigados por los dioses en claroscuros, desnudos, delgados y en
constante sufrimiento, padeciendo un desgarrador destino; una mierda de
destino.
Fassbender interpreta al
líder de los condenados, al mismo Bobby Sands; un Ticio en su prisión,
lamentando no conseguir a la diosa del nuevo día, y siendo devorado por la
bestia de sus entrañas; su propio estómago; una esquelética y memorable
interpretación. Bobby Sands ordena a sus compañeros, sin dudarlo y sin la menor
consideración, a emularlo y también llevar a cabo la huelga de hambre; duro e
inflexible y dispuesto a llevar sus acciones hasta las últimas consecuencias
pensando en que está en lo correcto en contraste con el oficial Raymond Lohan (Stuart
Graham), quien lleva con brutalidad y determinación su trabajo como celador,
pero que a todas luces encuentra solo malestar y frustración en su labor, todo
mientras lava constantemente sus magulladas por golpear a tantos prisioneros.
Película dura y visceral,
donde no hay espacio para “buenos” ni “malos”, solo el tenebrismo de aquellas
pinturas donde se ve al gigante nacido debajo de la tierra. Lo minimalista se
vuelve colosal, la orina escurriendo de cada una de las celdas al piso del
exterior es un detalle más doloroso que las golpizas que los carceleros dan a
sus prisioneros. Y la cámara de Mcqueen siempre está en un punto subjetivo cual
si fuera un mirón ignorado por todos a su alrededor, pero que forma parte de la
escena. Uno de sus mejores momentos es cuando mira el largo dialogo y debate
que Sands sostiene con el padre Dominic Moran (Liam Cunningham) por las
implicaciones de su decisión, en un vivo trabajo del director de fotografía Sean
Bobbitt.
El Ticio de la pintura de
“El españolito” era un gigante que no podía morir y una figura humana con
grilletes que contrasta con la oscuridad en el fondo de su prisión; el “Ticio”
de McQueen sin embargo es mortal, puede verse entre sombras y la luz no se
concentra solo en él. Es quizá la mayor diferencia entre los dos “Ticios” el
viaje del segundo, el que puede morir forma parte del ciclo de la vida, el
descenso final hacía la pérdida del cuerpo y fijación en la mente y el momento
enterrado en la infancia como perpetuo recuerdo y pese a ello hay un gesto que
los dos gigantes comparten; la idea de matar o morir por un nuevo orden; después
de todo la conclusión es que deben morir o sufrir algunos para alcanzar algo de
dignidad ¡Vaya mierda que es la vida y nos atrevemos a negarlo! Seguir a @HappyClint Tweet
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