Fantástico suspenso, quimérico Polanski
Por Jorge Le Brun
«Era
demasiado heterogénea; el león, la cabra y la serpiente (en algunos textos, el
dragón) se resistían a formar un solo animal. Con el tiempo, la Quimera tiende
a ser "lo quimérico"; una broma famosa de Rabelais ("Si una
quimera, bamboleándose en el vacío, puede comer segundas intenciones")
marca muy bien la transición. La incoherente forma desaparece y la palabra
queda, para significar lo imposible. "Idea falsa", "vana
imaginación", es la definición de Quimera que ahora da el diccionario»
- Jorge Luis Borges en El libro de los seres imaginarios
De la obra de Roman Polanski
hay mucho que decir, pero dados las limitaciones que supone hablar solo de una
película (y probablemente de las limitaciones de su servidor), nos restringiremos
a empezar con un trillado “Roman Polanski es uno de los grandes genios del cine
y por supuesto, de los mejores realizadores del género de suspenso. Fin.”
De la extensa obra de Roman hablaremos
de la última película de la llamada (arbitrariamente) “trilogía del
apartamento”. Sí bien no hay relación en los argumentos de las películas, se
les denomina “trilogía” bebido a que las tres están ambientadas en el género
del terror psicológico, con
protagonistas aislados del exterior donde la vida trascurre con normalidad, tonos
tétricos o surrealistas, y un elemento que maneja su director mejor que casi nadie,
la creación paulatina de una atmosfera inquietante y claustrofóbica. Las tres
obras son: Repulsion (1965), Rosemary´s baby (1968) y la que nos
atañe, Le locataire (1976). Cada una
(como otro dato en común) ambientada en un departamento de una gran ciudad
cosmopolita. La primera se desarrollaba en Londres, la segunda ocurrió en Nueva
York y las alucinaciones que padeció el propio Polanski tuvieron lugar en los
barrios bajos de París.
El tiempo las ha tratado de
forma particular, llevándose los reconocimientos en su momento de estreno tanto
de público como de crítica Repulsion
y Rosemary´s baby; mientras que Le locataire fue un fracaso en su estreno
en Cannes. El envejecimiento ha
convertido a la primera de esta trilogía en una de las menos conocidas del
director (sin quitarle méritos), la segunda es un clásico del cine de terror y
el cine de Hollywood de los 70; en cuanto a la película que nos atañe, el pasar
de los años la ha convertido en una obra clásica de culto y para un sector se
ha llegado a considerar una de las mejores películas de su director (mi
favorita personal, agrego por cuestiones de pedantería).
El
quimérico inquilino
El artista multifacético
Roland Topor fue junto a Fernando Arrabal y el “ocultista” Alejandro Jodorowsky
quienes empezaron con el movimiento (para
algunos fue porque nacieron demasiado tarde para ser llamados surrealistas) pánico.
En dicho movimiento había una búsqueda por la estética de lo grotesco,
elementos surrealistas, morbo a la deformidad y en el caso de Topor, el miembro
más discreto del grupo y el que mejor supo representar el carácter irrespetuoso
y lúdico del movimiento, había una gran dosis de humor negro (aunque el
preferiría referirse a eso como “burlesco”).
Dibujante e ilustrador
principalmente, eso no impidió a Topor participar en otras disciplinas. Entre
las que podemos destacar están su trabajo en la escritura y producción tanto en
teatro como en cine; siendo guionista y productor de películas como La Planète Sauvage (1973), la menos
conocida Marquis (1989), entre otros
trabajos. Por supuesto es el autor de la novela Le Locataire chimérique que narra la historia de un hombre francés
cuya cordura se ve alterada por una serie de eventos extraños en el lugar donde
reside: un apartamento rentado; el mismo argumento que adaptaría Polanski para
su película.
Gran parte de la obra de Topor (que al igual que Polanski fue judío
polaco francés) está impregnada con lo “quimérico”, horrores risibles,
asociaciones imposibles; sus trazos solían dibujar caricaturas de las
distorsiones que él veía en la cotidianidad. Los sistemas híbridos que fusionan
distintas piezas son precisamente lo que componen lo “quimérico” que en el
artista se convierte en dicotomías irónicas que en muchos casos hablan de algo
no tan irreal.
Paranoia
travestida con xenofobia
La historia comienza con el buen Trelkovsky (el mismo Polanski), un
ciudadano parisino de origen extranjero y de ameno trato; un hombre común y
corriente de clase media-baja godínez europeo de fiesta ocasional, quien renta
un apartamento en un pequeño edificio siempre en penumbras al severo y
dominante Monsieur Zy (Melvyn Douglas), típico cancerbero muy pendiente de que
sus inquilinos tengan la menor vida personal posible. El protagonista se entera
que la inquilina anterior había intentado suicidarse al arrojarse por la
ventana del apartamento y que aún no se confirmaba su estado de salud; conoce
de paso a Stella (Isabelle Adjani) amiga de Simone (la inquilina anterior) con
la que empieza una relación. La cosa se complica conforme Trelkovsky tiene que
lidiar con el comportamiento errático y deshumanizado de sus vecinos a la vez
que el “fantasma” de Simone que pareciera dejarlo sin identidad.
La primera mención del
relato va sobre unos vecinos que son abiertamente hostiles; que conspiran para
echar a la gente que les molesta e invade la intimidad de su bloque de pisos. A
destacar la conserje (Shelley Winters) malhumorada y agresiva o la aún más
insufrible esposa del casero Madame Dioz (Jo Van Fleet), matriarca temible
intolerante e intolerable, guía espiritual de la vecindad que se vuelve contra
quien no se someta. El grupo de forma rotunda: hace (intencional o no) que
Trekovsky asuma un papel y empieza a diluir el yo del grupo. Él no toma
posesión del apartamento, es el piso el que lo hace su inquilino moldeando su ser;
un ejemplo de esto se evidencia cuando reflexiona sobre el tema “sí uno
perdiera la cabeza ¿dónde residiría el yo? ¿En el cuerpo o en la cabeza? ¿En
qué momento exacto uno deja de ser uno mismo y pierde su identidad?”
Del guión adaptado por Gérard Brach y cuya fotografía corrió en manos de
Sven Nykvist (quien trabajara en gran parte de la filmografía de Ingmar
Bergman) podemos destacar la construcción de una atmósfera inquietante en el
tenebroso y decadente edificio. Entre los momentos de suspenso del film es por
supuesto destacable ver cada noche a un vecino diferente pasar un largo ratos
en el baño del edificio mirando hacia la habitación del protagonista; simplemente
de pie y estáticos, detrás de la ventana y con una luz amarillenta que deja sus
pieles igual, como una pintura que apenas y respira mirado desde el punto de
vista lejano de Trelkovsky, crea una excelente cuota de turbación. Por supuesto
no podemos olvidar cuando la realidad abandona y deja paso a lo onírico; y
vemos en alucinaciones las formas tan monstruosas en que son percibidos esos
insoportables vecinos.
Por último, es bastante buena la actuación de Polanski en su
trasformación en paranoico y suicida travestido. No solo fue el lidiar con
Stella y otros conocidos de Simone, nace la “quimera” finalmente cuando Trelkovsky
encuentra un vestido que le pertenecía a ella; se empeña en convertirse en la
inquilina anterior físicamente al mismo tiempo que intenta convencerse de que
sigue siendo él mismo y del complot de sus enemigos. Termina la historia con un
momento cíclico; un final con misterio incluido en el paquete dejando en
ambigüedad la naturaleza del relato (¿alucinaciones o surrealismo?).
Angustiante ficción con sus
dosis de humor negro incluido (gracias en parte a los amigos del protagonista);
un trabajo que tuvo que ser hecho en poco tiempo (como 8 meses); una reflexión sobre
la realidad y los mecanismos mentales que la deconstruyen.
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