Por Bárbara Huipe
Si hay que definir a este sujeto en una palabra, yo diría “histriónico”. Sin apenas darte cuenta, escuchar a Nick Cave and the Bad Seeds es sumergirte en una compleja trama tejida través de la lírica que el músico ha creado en al menos 40 años en las artes.
La teatralidad de Cave no estaría completa sin haber llegado al cine, arte en el cual colabora aportando soundtracks, como guionista e incluso como actor, desde la fecunda década de 1980, en la que tomó fuerza su carrera musical.
Como acotación es imprescindible señalar que el hecho de haber escuchado por primera vez a Nick Cave (porque primero oí el soundtrack y luego vi la película) en “Der Himmel über Berlin” (1987) era sin duda un gran augurio, es como si Wim Wenders me lo hubiese recomendado.
“From her to Eternity”, no es sólo el primer álbum de Nick Cave and the Bad Seeds, su banda más importante, representa también su primera colaboración con Wim Wenders y su aparición en la gran pantalla, ambas actividades se extienden hasta la actualidad.
Un muy joven Nick Cave y su banda aparecen en una de las escenas finales de “Las alas del deseo” (título en español) interpretándose a sí mismos tocando en un bar. Este trabajo con el cineasta alemán es un hito porque se trata del registro de un momento medular para las artes: Berlín en la década de 1980.
En esa época Cave vivía en la capital alemana en un diminuto departamento, fue parte de la oleada artística que se gestó ahí y de la que se desarrollaron diferentes movimientos musicales y culturales; todo ello queda registrado en “B-Movie: Lust & Sound in West-Berlin 1979-1989” (2015), película que reúne registros fílmicos inéditos de los diversos personajes que habitaban las noches de Berlín en esa década; Cave, Blixa Bargeld, su guitarrista, y David Bowie, son algunos de ellos.
Las películas con bandas sonoras que incluyen la música de Nick Cave van desde obras dirigidas por Martin Scorsese, pasando por su actuación junto a Brad Pitt en “Johny Suede” (1991), hasta sagas como Harry Potter, Shrek, Scream, Hellboy, por mencionar sólo algunos títulos.
Así también son diversas las series en las que aparecen canciones de Cave: X-Files, American Horror Story, Californication, Dr. Who, True Detective, entre otras. Marca la cumbre de este rubro la serie británica Peaky Blinders (estrenada en 2013), en la que “Red Right Hand” es el intro en todas sus temporadas, además de incluir otras canciones de Cave a lo largo de la serie, y la misma “Red Right Hand” interpretada por otros músicos como PJ Harvey, The Artic Monkeys, Iggy Pop y Jarvis Cocker.
Especial mención merece el soundtrack hecho por Cave y Warren Ellis, multiinstrumentista de los Bad Seeds, para “The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford” (2007), en la que además el músico hace una breve aparición interpretando a un cantante de cantina.
Resulta fácil evocar los páramos, el frío y la nostalgia del western con el piano y los violines que componen esta banda sonora y que es muestra de una vertiente que ha tomado el trabajo del dúo Cave-Ellis en la que también se pueden mencionar “The Road” (2009), la serie “Hell or High Water” (2016) y “The Proposition” (2005), de la que Cave fue además guionista.
Dos referencias más que merecen un especial acento son sus documentales. El primero: “20,000 Days on Earth” (2014) en el que el trabajo en su álbum “Push the Sky Away” resulta pretexto para asomarse a la vida del creador en el que se supone es su día número 20 mil en la tierra.
Yendo de su cama al estudio de grabación, platicando con integrantes y exintegrantes de los Bad Seeds, en consulta con su terapeuta, el documental dirigido por Iain Forsyth y Jane Pollard engancha no sólo por los datos biográficos y la cotidianidad del músico, también por las reflexiones de un Nick Cave ya entrado en años que cuenta su vida ya no en años sino en días, y permite ver parte del proceso creativo, para terminar el día comiendo pizza y viendo una película, que se especula es Scarface, sentado entre sus hijos gemelos, siempre enfundado en su impecable traje sastre.
El segundo documental y más reciente es “One More Time with Feeling” (2016), éste con una raíz más oscura (y vaya que su paleta siempre ha tenido una tonalidad así), en este caso a partir de la muerte de uno de sus gemelos en 2015.
Tras el deceso, Cave decidió continuar adelante con el álbum que se encontraba grabando como catarsis ante el inminente dolor, pero no haría gira promocional; en su lugar recurrió a Andrew Dominik, el director de “The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford”, para un nuevo documental que registrara el proceso del disco y se estrenó prácticamente a la par de éste.
Hablar del músico oriundo de Warracknabeal, Victoria, Australia es hacer referencia a The Boys Next Door, The Birthday Party, Grinderman, la pintura, la literatura, a "Lolita" de Navokov, a Brighton, Berlín, São Paulo; a un imaginario que es por un lado violento y sexual, y por otro, profundamente reflexivo.
Todo ello entreteje la trama de una cinta que es al mismo tiempo thriller, western y documental: su vida y obra. Mientras escribo esto, 22 de septiembre de 2018, Nick Cave llega a sus 61 años (o 22,265 días), honor a quien honor merece.
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22/9/18
25/7/18
Los caminos de la cinefagia
Por Bárbara Huipe
Sin mayor pretensión que explicar mediante
el presente mi muy particular forma de ver cine, no queriendo con ello
adoctrinar, sino simplemente compartir mi experiencia y esperando saber si
alguien se encuentra en la misma situación, alguna similar o, inclusive, una
contraria, me permito expresar lo siguiente.
En muchas charlas de oficina -también en
otros ambientes- se me refiere “ser intelectual” y, por ello, selectiva (con un
tinte snobista) en cuanto al cine que prefiero ver. Mi explicación (aun cuando
no se la deba a nadie) es mucho más práctica de lo que quien así me cataloga se
imagina.
Aunque cuento el cine entre mis aficiones,
reconozco que no veo tantas películas como quisiera; no me alcanzaría la vida
para ver todo lo que quiero o, más bien, no hago que me alcance. Tal vez por
eso soy una mala cinéfila; mis correligionarios de este blog se conocen al
derecho y al revés a los clásicos y además están al día con lo que está en las
salas, mis más sinceros respetos.
En todo caso, mucho me temo que soy más práctica de lo que quisiera admitir. Ver una película implica cuando menos dos horas, sin importar si se trata del llamado “cine de arte” o de una “película comercial” (todo es comercial de alguna manera, ¿no?); de ahí que si pretendo quedarme sentada por ese lapso, mínimo espero que el filme me atrape.
En todo caso, mucho me temo que soy más práctica de lo que quisiera admitir. Ver una película implica cuando menos dos horas, sin importar si se trata del llamado “cine de arte” o de una “película comercial” (todo es comercial de alguna manera, ¿no?); de ahí que si pretendo quedarme sentada por ese lapso, mínimo espero que el filme me atrape.
Cuando estoy frente a una película hay dos
posibilidades. La primera es que se trate de una trama realista, si es así el
mínimo requerido es que resulte verosímil; de no serlo, a cada momento estoy
pensando “eso no ocurre así por ninguna razón en la vida real”. El resultado es
que no me deje llevar por la trama y termine desertando o simplemente que la
película me deje la sensación de que desperdicié dos valiosas horas. Se me
ocurre una larga lista de ejemplos de comedias románticas que caben en esta
categoría.
La segunda posibilidad es que se trate de
una película de corte fantástico, es decir, que ofrezca su propia realidad. En
este caso considero que para poder disfrutarla, el propio universo que presenta
debe ser autosostenible y aportar los elementos necesarios para interpretarlo.
De esta pata cojean muchas de las películas de súper héroes recientes, su
argumento carece de congruencia consigo mismo.
Para esclarecer sirva la siguiente comparación.
Entiendo la pintura abstracta y la danza contemporánea como expresiones
artísticas que buscan causar sensaciones, aun cuando su discurso escape a algún
tipo de lógica, observar y sentir es la premisa. En cambio con el teatro y el
cine, cuando intentan representar un cacho de realidad, si no resulta creíble
(en tanto realidad), se caen a pedazos.
El cine, a medio camino entre arte y
entretenimiento, tiene la labor de hacer sentir, y al mismo tiempo contar una
historia mediante una trama que será entendida desde diversidad de condiciones,
según cada espectador; cuenta para ello con recursos como la actuación,
musicalización, efectos especiales, guión, etcétera.
Tratando de trascender el “yoyismo” (aun
cuando advertí que se trata de mi experiencia individual) y tratando de dejar
una reflexión sobre la industria en general, hay que decir que el progreso en
la tecnología cinematográfica no debería representar un retroceso para los
argumentos, la ciencia ficción ahora es, en muchos casos, 90% CGI – 10% guión.
La avasallante expansión de Netflix y otros
sistemas de streaming son muestra de que hay públicos diversos y exigentes, si
bien hay quienes desean ir al cine a apagar el cerebro un rato, considero que
el cine puede ser entretenimiento sin subestimar el juicio del espectador.
Si bien no pretendo ni espero que cada
título que se exponga en la marquesina sea una obra maestra suprema, sí creo
que pueden haber comedias, dramas, cintas de terror, o cualquier género de una
hechura inteligente y quitándose ese saborcito característico de Hollywood.
Que la oferta fílmica sea diversa, rica en
géneros, que cuente historias de amor, de héroes, de gente común, que rememore
la historia o adapte hazañas ya contadas mil veces, que plantee posibles
futuros, que cree héroes y villanos y luego desdibuje la línea que los separa.
El género no es el problema, tampoco lo es su financiación. Que el cine
entretenga, inspire, emocione, cause terror: que sea brillante, ése es su
verdadero reto.
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15/12/17
Dune (David Lynch, 1984)
Por Víctor Gutiérrez Gándara
Con
la firma de Lynch, en 1984 se estrena la pieza de culto Dune (basada en la novela homónima de Frank Herbert), un filme de
ciencia ficción originalmente concebido por el famoso chamán, cósmico,
hechicero, cómico, esotérico, psicomago y, a veces director de cine, Alejandro
Jodorowsky, mismo que trabajó arduamente en el proyecto a principios de los años 70, pero sin fruto alguno. Se dice que la visión de Jodorowsky era tan ambiciosa que las productoras no se animaron a apoyarlo. Ante la duda permanecerá como leyenda.
No fue sino a principios de 1980 que la idea sería retomada, siendo ahora David Lynch el
responsable como director y guionista. El resultado: una pieza bastante rara,
no en el sentido lynchiano, sino por ser un bizarro e incómodo híbrido entre lo
lynchiano y lo convencional, convirtiéndose tal vez en la obra más atípica del
director.
MacLachlan (izquierda) y el mismísimo Sting (derecha) |
Protagonizada por un joven Kyle MacLachlan (interpretando al personaje Paul Atreides, y a quien posteriormente veríamos en la aclamada Blue Velvet) y Sean Young (también Rachael en Blade Runner) como Chani. Dune retrata la vida en el planeta del mismo nombre (o Arrakis) donde la disputa por el control del mismo y una sustancia conocida como melagne conllevará una serie de batallas entre la casa de los Harkonnen y la casa Atreides.
Sean Young como Chani |
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11/10/17
Salem's Lot (Tobe Hooper 1979)
Nosferatu en el Bates Motel
Por Jorge Le Brun
¡Siniestro 2017! (hasta el
día en que escribo esto), calamidades van y vienen; no se necesita ser un
Nostradamus para saber que siempre las cosas pueden empeorar. Los miedos
colectivos del hoy difieren de los del ayer; no por eso en lo que a cine se
refiere, los clásicos son para menospreciarse, el hecho que las recordemos pese
a las novedades “de brinco fácil” que en algunos casos se pretende pasar como
el único cine de horror “que lo es porque asustó”.
Podemos encontrar en el legendario director de cine del género Tobe Hooper (fallecido este año) a uno de sus realizadores más influyentes; The Texas Chain Saw Massacre (1974) es quizá la más importante obra
del slasher y de la que derivaría mucho de lo que se hizo en adelante en cuanto
a “thrillers gore”. Fue el ya tener esa obra (cuyo impacto aún no llegaba a hacer la mella del día de hoy) en su currículo un factor para que el productor Richard Kobritz lo
llamara para dirigir una película para televisión (dividido en formato de miniserie)
estrenada en 1979 e inspirada en la segunda novela de Stephen King, Salem’s Lot.
El metraje de 3 horas
divididas para la comodidad del televidente americano que lo vio en su estreno
en la CBS es al día de hoy una de las mejores adaptaciones hechas sobre la obra
de King. Puede verse completo en distintos formatos caseros e incluso en su
momento se hizo un formato para los cines europeos siendo un trabajo
perfectamente visible a la óptica cinematográfica. "Phantasma II"
(como le pusieron en España a este trabajo que ni fantasmas tiene ni es la
segunda parte de nada) tuvo guión adaptado de Paul Monash, la fotografía de
Jules Brenner, el diseño de producción de Mort Rabinowitz y claro está, la
música de Harry Sukman (última obra del compositor) de quien se pretendía
evocara un “estilo a la Bernie Herrmann”; a criterio de quien sepa si eso se
logró pero la musicalización fue genial.
Un hombre y un joven (Lance
Kerwin) se encuentran en una vieja iglesia de Guatemala con el fin de cumplir
una fatídica misión. Se reviven sórdidos recuerdos; el tiempo retrocede a dos
años y la identidad del hombre mayor es la de Ben Mears (David Soul); un
célebre escritor que había regresado al pueblo donde nació, Jerusalem´s Lot;
conocido por sus habitantes como Salem`s Lot. Ben estaba obsesionado por la
famosa y vieja casa de los Marsten; recuerdos y leyendas eran las semillas de
la novela que quería escribir. Pero no solo llegó él, dos hombres oscuros
toman posesión del misterioso hogar; el solemne señor Straker (James Mason) y
el incógnito señor Kurt Barlow (Reggie Nalder). Con la llegada de los tres
visitantes cosas extrañas y horribles comienzan a suceder: la gente empieza a
morir o desaparecer dejándolo todo en desolación; Mark Petrie (el joven en la
iglesia de Guatemala) niño obsesionado con las historias de terror y la
mitología será uno de los pocos en entender lo que sucede.
Una crítica plantea lo siguiente:
“¿Vio David Lynch esta película antes de hacer Twin Peaks o Mulholland drive?
Del lado de su organización semántica, la serie se apoya en una oposición entre
un mundo inocente y otro obscuro, perverso”. Directa o indirectamente Salem’s Lot plante por cada elemento
espacial un espectro de su tonalidad; construye un pequeño pueblo al norte de
Estados Unidos de casas pequeñas y bosque imponente; la sencillez del primero,
los misterios del segundo, y claro, la temible casa Marsten como comodín.
Salem’s
Lot
es una historia alimentada de dos elementos: las casas encantadas y el vampiro
clásico. En cuanto a lo primero no es nada descabellado ver que en muchas obras
artísticas cuando se trabaja el concepto se suele usar de referencia arquitectura
de principios de finales del siglo XIX o principios del XX incluso más que los
viejos castillos europeos. Tobe Hooper buscaba elementos "hitchconiano" para el relato; no es de extrañarse entonces que la casa Marstein está
inspirada en el mismísimo Bates Motel (Psycho 1960) “Pero este poder será
sesgado cuando llegue al motel, pues el personaje se adentra en un espacio de
horizontalidad que contrasta con la verticalidad de la casa de Norman Bates: el
motel está al amparo y a la sombra de la misteriosa mansión”.
La mansión de los Bate
fue
construida en Laramie Street de Universal Studios, realizándose tan solo la
fachada principal y lateral derecha. La torre y una porción de la parte
frontal, fueron tomados de otras casas, (se utilizaron unidades de stock de
varios edificios similares); con el paso de los años se convirtió en atracción de
los Estudios Universales. Casas de estilo victoriano (según los que saben); la
mansión Bates y por lo tanto la Marstein tienen de inspiración la pintura House
by the railroad (1928) de Edward Hopper; el concepto de “la última casa”, abandonadas,
alejada de la civilización, imponentes, símbolos de una siniestra y desolada
aristocracia; consumidas solo por la misma naturaleza mientras estas consumen
también las pupilas del voyerista. La casa de los Marstein tiene un evidente
pasado, está en constante asecho de quien ose vigilarla y invita a oscuros
habitantes a rondarla.
De izquierda a derecha: House by the railroad de Edward Hopper (1928), Bate house en Psycho (Alfred Hitchcock 1960) y Marsten house en Salem's Lot (Tobe Hooper 1979). |
El segundo elemento, el vampiro, rinde también tributo a los grandes ancestros. “El vampiro maestro” es el último gran vampiro clásico, el heredero genuino no solo del Drácula de Bela Lugosi, Christopher Lee, Germán Robles; vampiros diabólicos pero erotizados que abrieron las puertas al enriquecido tema; es sobre todo el último heredero del conde Orlok de Nosferatu (W. F. Murnau 1922); un espectro infernal, el vampiro del folclor (y mitología) que aterraba y llenaba de desolación la tierra que profanase, lo que es el demonio al ángel es el vampiro al hombre solo que más peligroso, un señor de las tinieblas que gobierna sobre la carne y la sangre. Con sus inexpresivos brillantes y amarillentos ojos infernales, su piel enferma y sus largos colmillos, el de Salem’s Lot es el último príncipe de la tinieblas; el último gran vampiro en el cine de horror.
Los momentos de terror son
muy bien ejecutados; incluso algún que otro acostumbrado al susto fácil de
ahora podría llevarse una grata sorpresa. Las situaciones inquietantes no son
pocas; pero quizá la más recordada en la cultura popular es ese momento
nocturno en que un espectral infante flotando en la “noche plutónica” toca la
ventana del cuarto de un niño, esperando que lo inviten a pasar; escena pesadillesca
para quien de joven vio esta obra.
Debilidad en la extensión de
esta película puede ser las mismas flaquezas en la narrativa del verborreico
King; que en ocasiones busca poner más peso en el contexto social que en la
historia misma; también algunas transiciones (muy pocas en realidad) que
evidencian que fue un trabajo hecho para televisión pública. Sin embargo, los
aciertos son muchos más, Tobe Hooper no solo hizo un par de homenajes a Nosferatu y Psycho; creo una película espeluznante y sugerente con una bien
lograda atmosfera de misterio; por el reto de la televisión, Hooper creo en su explicación
“un ambiente que se siente como si no pudieras escapar; un recordatorio de
que nuestro tiempo es limitado y todos los complementos que van con él".
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4/10/17
Le locataire (Roman Polanski 1976)
Fantástico suspenso, quimérico Polanski
Por Jorge Le Brun
«Era
demasiado heterogénea; el león, la cabra y la serpiente (en algunos textos, el
dragón) se resistían a formar un solo animal. Con el tiempo, la Quimera tiende
a ser "lo quimérico"; una broma famosa de Rabelais ("Si una
quimera, bamboleándose en el vacío, puede comer segundas intenciones")
marca muy bien la transición. La incoherente forma desaparece y la palabra
queda, para significar lo imposible. "Idea falsa", "vana
imaginación", es la definición de Quimera que ahora da el diccionario»
- Jorge Luis Borges en El libro de los seres imaginarios
De la obra de Roman Polanski
hay mucho que decir, pero dados las limitaciones que supone hablar solo de una
película (y probablemente de las limitaciones de su servidor), nos restringiremos
a empezar con un trillado “Roman Polanski es uno de los grandes genios del cine
y por supuesto, de los mejores realizadores del género de suspenso. Fin.”
De la extensa obra de Roman hablaremos
de la última película de la llamada (arbitrariamente) “trilogía del
apartamento”. Sí bien no hay relación en los argumentos de las películas, se
les denomina “trilogía” bebido a que las tres están ambientadas en el género
del terror psicológico, con
protagonistas aislados del exterior donde la vida trascurre con normalidad, tonos
tétricos o surrealistas, y un elemento que maneja su director mejor que casi nadie,
la creación paulatina de una atmosfera inquietante y claustrofóbica. Las tres
obras son: Repulsion (1965), Rosemary´s baby (1968) y la que nos
atañe, Le locataire (1976). Cada una
(como otro dato en común) ambientada en un departamento de una gran ciudad
cosmopolita. La primera se desarrollaba en Londres, la segunda ocurrió en Nueva
York y las alucinaciones que padeció el propio Polanski tuvieron lugar en los
barrios bajos de París.
El tiempo las ha tratado de
forma particular, llevándose los reconocimientos en su momento de estreno tanto
de público como de crítica Repulsion
y Rosemary´s baby; mientras que Le locataire fue un fracaso en su estreno
en Cannes. El envejecimiento ha
convertido a la primera de esta trilogía en una de las menos conocidas del
director (sin quitarle méritos), la segunda es un clásico del cine de terror y
el cine de Hollywood de los 70; en cuanto a la película que nos atañe, el pasar
de los años la ha convertido en una obra clásica de culto y para un sector se
ha llegado a considerar una de las mejores películas de su director (mi
favorita personal, agrego por cuestiones de pedantería).
El
quimérico inquilino
El artista multifacético
Roland Topor fue junto a Fernando Arrabal y el “ocultista” Alejandro Jodorowsky
quienes empezaron con el movimiento (para
algunos fue porque nacieron demasiado tarde para ser llamados surrealistas) pánico.
En dicho movimiento había una búsqueda por la estética de lo grotesco,
elementos surrealistas, morbo a la deformidad y en el caso de Topor, el miembro
más discreto del grupo y el que mejor supo representar el carácter irrespetuoso
y lúdico del movimiento, había una gran dosis de humor negro (aunque el
preferiría referirse a eso como “burlesco”).
Dibujante e ilustrador
principalmente, eso no impidió a Topor participar en otras disciplinas. Entre
las que podemos destacar están su trabajo en la escritura y producción tanto en
teatro como en cine; siendo guionista y productor de películas como La Planète Sauvage (1973), la menos
conocida Marquis (1989), entre otros
trabajos. Por supuesto es el autor de la novela Le Locataire chimérique que narra la historia de un hombre francés
cuya cordura se ve alterada por una serie de eventos extraños en el lugar donde
reside: un apartamento rentado; el mismo argumento que adaptaría Polanski para
su película.
Gran parte de la obra de Topor (que al igual que Polanski fue judío
polaco francés) está impregnada con lo “quimérico”, horrores risibles,
asociaciones imposibles; sus trazos solían dibujar caricaturas de las
distorsiones que él veía en la cotidianidad. Los sistemas híbridos que fusionan
distintas piezas son precisamente lo que componen lo “quimérico” que en el
artista se convierte en dicotomías irónicas que en muchos casos hablan de algo
no tan irreal.
Paranoia
travestida con xenofobia
La historia comienza con el buen Trelkovsky (el mismo Polanski), un
ciudadano parisino de origen extranjero y de ameno trato; un hombre común y
corriente de clase media-baja godínez europeo de fiesta ocasional, quien renta
un apartamento en un pequeño edificio siempre en penumbras al severo y
dominante Monsieur Zy (Melvyn Douglas), típico cancerbero muy pendiente de que
sus inquilinos tengan la menor vida personal posible. El protagonista se entera
que la inquilina anterior había intentado suicidarse al arrojarse por la
ventana del apartamento y que aún no se confirmaba su estado de salud; conoce
de paso a Stella (Isabelle Adjani) amiga de Simone (la inquilina anterior) con
la que empieza una relación. La cosa se complica conforme Trelkovsky tiene que
lidiar con el comportamiento errático y deshumanizado de sus vecinos a la vez
que el “fantasma” de Simone que pareciera dejarlo sin identidad.
La primera mención del
relato va sobre unos vecinos que son abiertamente hostiles; que conspiran para
echar a la gente que les molesta e invade la intimidad de su bloque de pisos. A
destacar la conserje (Shelley Winters) malhumorada y agresiva o la aún más
insufrible esposa del casero Madame Dioz (Jo Van Fleet), matriarca temible
intolerante e intolerable, guía espiritual de la vecindad que se vuelve contra
quien no se someta. El grupo de forma rotunda: hace (intencional o no) que
Trekovsky asuma un papel y empieza a diluir el yo del grupo. Él no toma
posesión del apartamento, es el piso el que lo hace su inquilino moldeando su ser;
un ejemplo de esto se evidencia cuando reflexiona sobre el tema “sí uno
perdiera la cabeza ¿dónde residiría el yo? ¿En el cuerpo o en la cabeza? ¿En
qué momento exacto uno deja de ser uno mismo y pierde su identidad?”
Del guión adaptado por Gérard Brach y cuya fotografía corrió en manos de
Sven Nykvist (quien trabajara en gran parte de la filmografía de Ingmar
Bergman) podemos destacar la construcción de una atmósfera inquietante en el
tenebroso y decadente edificio. Entre los momentos de suspenso del film es por
supuesto destacable ver cada noche a un vecino diferente pasar un largo ratos
en el baño del edificio mirando hacia la habitación del protagonista; simplemente
de pie y estáticos, detrás de la ventana y con una luz amarillenta que deja sus
pieles igual, como una pintura que apenas y respira mirado desde el punto de
vista lejano de Trelkovsky, crea una excelente cuota de turbación. Por supuesto
no podemos olvidar cuando la realidad abandona y deja paso a lo onírico; y
vemos en alucinaciones las formas tan monstruosas en que son percibidos esos
insoportables vecinos.
Por último, es bastante buena la actuación de Polanski en su
trasformación en paranoico y suicida travestido. No solo fue el lidiar con
Stella y otros conocidos de Simone, nace la “quimera” finalmente cuando Trelkovsky
encuentra un vestido que le pertenecía a ella; se empeña en convertirse en la
inquilina anterior físicamente al mismo tiempo que intenta convencerse de que
sigue siendo él mismo y del complot de sus enemigos. Termina la historia con un
momento cíclico; un final con misterio incluido en el paquete dejando en
ambigüedad la naturaleza del relato (¿alucinaciones o surrealismo?).
Angustiante ficción con sus
dosis de humor negro incluido (gracias en parte a los amigos del protagonista);
un trabajo que tuvo que ser hecho en poco tiempo (como 8 meses); una reflexión sobre
la realidad y los mecanismos mentales que la deconstruyen.
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