Por Bárbara Huipe
Sin mayor pretensión que explicar mediante
el presente mi muy particular forma de ver cine, no queriendo con ello
adoctrinar, sino simplemente compartir mi experiencia y esperando saber si
alguien se encuentra en la misma situación, alguna similar o, inclusive, una
contraria, me permito expresar lo siguiente.
En muchas charlas de oficina -también en
otros ambientes- se me refiere “ser intelectual” y, por ello, selectiva (con un
tinte snobista) en cuanto al cine que prefiero ver. Mi explicación (aun cuando
no se la deba a nadie) es mucho más práctica de lo que quien así me cataloga se
imagina.
Aunque cuento el cine entre mis aficiones,
reconozco que no veo tantas películas como quisiera; no me alcanzaría la vida
para ver todo lo que quiero o, más bien, no hago que me alcance. Tal vez por
eso soy una mala cinéfila; mis correligionarios de este blog se conocen al
derecho y al revés a los clásicos y además están al día con lo que está en las
salas, mis más sinceros respetos.
En todo caso, mucho me temo que soy más práctica de lo que quisiera admitir. Ver una película implica cuando menos dos horas, sin importar si se trata del llamado “cine de arte” o de una “película comercial” (todo es comercial de alguna manera, ¿no?); de ahí que si pretendo quedarme sentada por ese lapso, mínimo espero que el filme me atrape.
En todo caso, mucho me temo que soy más práctica de lo que quisiera admitir. Ver una película implica cuando menos dos horas, sin importar si se trata del llamado “cine de arte” o de una “película comercial” (todo es comercial de alguna manera, ¿no?); de ahí que si pretendo quedarme sentada por ese lapso, mínimo espero que el filme me atrape.
Cuando estoy frente a una película hay dos
posibilidades. La primera es que se trate de una trama realista, si es así el
mínimo requerido es que resulte verosímil; de no serlo, a cada momento estoy
pensando “eso no ocurre así por ninguna razón en la vida real”. El resultado es
que no me deje llevar por la trama y termine desertando o simplemente que la
película me deje la sensación de que desperdicié dos valiosas horas. Se me
ocurre una larga lista de ejemplos de comedias románticas que caben en esta
categoría.
La segunda posibilidad es que se trate de
una película de corte fantástico, es decir, que ofrezca su propia realidad. En
este caso considero que para poder disfrutarla, el propio universo que presenta
debe ser autosostenible y aportar los elementos necesarios para interpretarlo.
De esta pata cojean muchas de las películas de súper héroes recientes, su
argumento carece de congruencia consigo mismo.
Para esclarecer sirva la siguiente comparación.
Entiendo la pintura abstracta y la danza contemporánea como expresiones
artísticas que buscan causar sensaciones, aun cuando su discurso escape a algún
tipo de lógica, observar y sentir es la premisa. En cambio con el teatro y el
cine, cuando intentan representar un cacho de realidad, si no resulta creíble
(en tanto realidad), se caen a pedazos.
El cine, a medio camino entre arte y
entretenimiento, tiene la labor de hacer sentir, y al mismo tiempo contar una
historia mediante una trama que será entendida desde diversidad de condiciones,
según cada espectador; cuenta para ello con recursos como la actuación,
musicalización, efectos especiales, guión, etcétera.
Tratando de trascender el “yoyismo” (aun
cuando advertí que se trata de mi experiencia individual) y tratando de dejar
una reflexión sobre la industria en general, hay que decir que el progreso en
la tecnología cinematográfica no debería representar un retroceso para los
argumentos, la ciencia ficción ahora es, en muchos casos, 90% CGI – 10% guión.
La avasallante expansión de Netflix y otros
sistemas de streaming son muestra de que hay públicos diversos y exigentes, si
bien hay quienes desean ir al cine a apagar el cerebro un rato, considero que
el cine puede ser entretenimiento sin subestimar el juicio del espectador.
Si bien no pretendo ni espero que cada
título que se exponga en la marquesina sea una obra maestra suprema, sí creo
que pueden haber comedias, dramas, cintas de terror, o cualquier género de una
hechura inteligente y quitándose ese saborcito característico de Hollywood.
Que la oferta fílmica sea diversa, rica en
géneros, que cuente historias de amor, de héroes, de gente común, que rememore
la historia o adapte hazañas ya contadas mil veces, que plantee posibles
futuros, que cree héroes y villanos y luego desdibuje la línea que los separa.
El género no es el problema, tampoco lo es su financiación. Que el cine
entretenga, inspire, emocione, cause terror: que sea brillante, ése es su
verdadero reto.
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