¡Maldito estrés de la capital!
Por Jorge Le Brun
Mucho tiempo sin escribir
(más de un mes) y mucho que decir.
Fue en mi época de
universitario y participando en su cineclub cuando conocí la película a la que dedico
este escrito. Película que llegó a nosotros vía préstamo con una lista de
filmes latinoamericanos, aunque de las que vi en aquel entonces fue La sangre brota la que más eco hace en
mis memorias; Pablo Fendrik dio vida a una historia que más allá de la angustia
de uno de sus protagonistas ante su situación, es sobre su angustia en Buenos
Aires, la angustia de la vida en una capital. Esta obra fue estrenada en la
Semana de la Crítica del Festival de Cannes.
La segunda película de la
filmografía de su director y la segunda en la que se adentra al tópico urbano
(algo que corto de tajo con su western gaucho amazónico, El ardor 2014). Filme con una fuerte presencia de las calles, el
tráfico, los transeúntes de la ciudad y el mundo del juego con las respectivas
desventuras que pueden tener los personajes en ese contexto; una historia
contada a través de un reparto coral cuyos personajes reflejan los demonios que
guarda el ser humano.
El guión (escrito por Fendrick) cuenta varios relatos que se entrelazan, girando todo en torno a una familia rota en donde el hijo primogénito se
encuentra en los Estados Unidos y se convierte en una ausencia protagónica: el
taxista y jugador de bridge, Arturo (Arturo Goetz), tiene que conseguir dinero
para ayudar a su hijo mayor a regresar y solo tiene 24 horas, su controladora esposa
Irene (Stella Galazzi), jugadora también, se prepara para el torneo de cartas, posee un ahorro de dinero que cuida celosamente es indolente ante su marido (solo
le exige estar a tiempo para barajar los naipes) y las necesidades de Ramiro, y
finalmente Leandro (Nahuel Pérez Biscayart), el hijo menor que aún vive con
ellos, un petulante yonkie nini adolescente que busca escapar de su vida cueste
lo que cueste y que pasa sus días en completo vacío; a los tres solo los
vincula la caja con los ahorros de dinero.
La historia posee un trasfondo sórdido potenciado por la velocidad que
le imprime esa cuenta regresiva con cámara en mano, en la que todos los personajes
están atrapados. El personaje de Arturo es tranquilo (más bien intenta serlo),
un hombre que busca escapar de su pasado ayudando al ausente Ramiro; Leandro
busca lo mismo reuniéndose con ese hermano en Estados Unidos; el padre necesita
el dinero para ayudar a su hijo mayor a regresar mientras el hijo menor lo
busca para reunirse con el mismo hermano sin saber las intenciones de este; los
dos buscan escapar de lo que son y es evidente que un choque se avecina,
mientras Irene tiene sus metas puestas tan solo en el juego y el torneo que se
avecina. La travesía del padre y del hijo se realiza en sus respectivos
contextos: Arturo lidia con la forma de conseguir el dinero (y su violento
interior) antes de que acabe el día mientras transporta en varias ocasiones al
misterioso McEnroe (Guillermo Arengo), un peculiar personaje con facha de
empresario y presumible ludopatía; Leandro por su parte pasa los días en la
completa nadería con Romina (Guadalupe Docampo), su compañera no oficial, cuando
se topa (y se prenda) con la silenciosa Vanesa (Ailín Salas) quien lo lleva a
una situación en la que La sangre brota.
La violencia está presente
durante todo el metraje, Arturo la trata de domar con un CD, Leandro la sublima
en un momento de pasión, pero es la violencia de la ciudad la que está presente
en cada cuadro, con sus personajes, sus mares de gente y sus ruidos durante el transcurso
del día, mientras al llegar el anochecer los demonios interiores son los que
salen a pasear. Fendrick crea una particular estética donde la violencia,
encarnada en la estresante rutina de una gran ciudad – en este caso Buenos
Aires – se vuelven (si no el tópico central) es el elemento de más peso.
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