Soñémonos mutuamente
Por Bárbara Huipe
¿Es
acaso la vida tan bizarra como un sueño o son los sueños tan vívidos como la
propia realidad? Parece ser la interrogante de la que partió Gondry con La
ciencia del sueño.
Con
el indiscutible estilo propio que ha caracterizado al francés desde su trabajo en
la dirección de videos y comerciales hasta sus obras para la pantalla grande;
esta película, protagonizada por Gael García y la franco-inglesa Charlotte
Gainsbourg, cuenta una historia sencilla y cercana.
Gondry
reinó en los años 90 con su producción de videos musicales entre los cuales se
cuentan varios trabajos con el grupo Oui Oui, Björk, Radiohead, Chemical Brothers,
Kylie Minogue, Daft Punk e, incluso, Paul McCarney (ya en los “dosmiles”),
entre una muy extensa lista; además de comerciales para grandes compañías que han
alcanzado reconocimiento internacional.
La
obra de Gondry está llena de efectos visuales logrados con juego de cámaras,
exposición múltiple, uso de la perspectiva; así como un toque muy particular
con los escenarios construidos artesanalmente (muchos años antes de que esto
fuese una moda) lo que los hace, al mismo tiempo, delicados y atemporales.
Y
es precisamente este último rasgo el que más destaca en La ciencia del sueño,
pues bien se pudiese pensar que es una película de la década de los años 90 o
anterior, será tal vez que tanto su historia como sus personajes resultan
universales: la eterna lucha por entender el universo interno del ser que se
ama.
El
genio de Gondry ya había alcanzado relevancia en el mundo cinematográfico dos años
antes con la magistral Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004), cinta en
la que también se desarrolla una historia romántica interactuando con la turbulenta
mente del protagonista, en ésta el francés colaboró con el guionista Charlie
Kaufman.
La
ciencia del sueño es, sin duda, una propuesta muy interesante, cargada de
detalles que sólo tras mirar la película varias veces se van desvelando y
cobran sentido dentro del denso mar de alusiones; entre escenarios de cartón y
efectos de stop motion con excelentes interpretaciones y un soundtrack
imprescindible para tu reproductor.
García
es Stéphane Miroux, francomexicano de padres divorciados, tímido y “despatolado”,
es difícil discernir dónde termina el actor y empieza el personaje. Por su
parte, Gainsbourg construye a Stéphanie, la vecina introspectiva de su homónimo masculino, un personaje muy de
la paleta de colores de la actriz.
La
relación entre éstos se ve mediada por la peculiar forma en la que Stéphane
vive entre su mundo onírico y un empleo que se empeña en matar su espíritu. Los
vecinos se encuentran en una de esas complicadas relaciones donde la falta de
amor no es el problema, sino hacer coincidir sus afectos.
Son
comunes los dramas de amor mal correspondido, pero este largometraje presenta
una perspectiva diferente: la lucha de Stéphane por recobrar el interés de
Stéphanie que él en algún momento no correspondió y que, a lo largo de la
historia, se le vuelve sustantivo. ¿Alguien se identifica?
Evitando
clichés, la película presenta el choque con el que el mexicano se topa al
regresar a Francia, principalmente en su trabajo donde el comportamiento de sus
compañeros se transfigura en sueños diurnos y noches agotadoras.
Sin
ser ambiciosa es una obra que resulta entrañable e, inevitablemente, invita a
hacer algunas reflexiones sobre cómo nos relacionamos con los demás, sobre todo
con aquellos a quienes más apreciamos. Me hace preguntarme si hay personas a
las que estamos destinados a querer pero sólo es posible tener manifestaciones
de su amor descendiendo en los niveles de la inconsciencia.
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