Por Víctor Gutiérrez Gándara
Con
la firma de Lynch, en 1984 se estrena la pieza de culto Dune (basada en la novela homónima de Frank Herbert), un filme de
ciencia ficción originalmente concebido por el famoso chamán, cósmico,
hechicero, cómico, esotérico, psicomago y, a veces director de cine, Alejandro
Jodorowsky, mismo que trabajó arduamente en el proyecto a principios de los años 70, pero sin fruto alguno. Se dice que la visión de Jodorowsky era tan ambiciosa que las productoras no se animaron a apoyarlo. Ante la duda permanecerá como leyenda.
No fue sino a principios de 1980 que la idea sería retomada, siendo ahora David Lynch el
responsable como director y guionista. El resultado: una pieza bastante rara,
no en el sentido lynchiano, sino por ser un bizarro e incómodo híbrido entre lo
lynchiano y lo convencional, convirtiéndose tal vez en la obra más atípica del
director.
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MacLachlan (izquierda) y el mismísimo Sting (derecha) |
David,
quien previamente había dado a luz dos largometrajes (Eraserhead y The Elephant Man),
filmaría su tercero por encargo de Universal
Studios. Una película que, si bien se aleja un poco de su estilo habitual,
no olvida elementos típicos de sus ambientaciones: surrealismo y matices oníricos.
Protagonizada por un joven Kyle MacLachlan (interpretando al personaje Paul Atreides, y a quien posteriormente veríamos en la aclamada Blue Velvet) y Sean Young (también Rachael en Blade Runner) como Chani. Dune retrata la vida en el planeta del mismo nombre (o Arrakis) donde la disputa por el control del mismo y una sustancia conocida como melagne conllevará una serie de batallas entre la casa de los Harkonnen y la casa Atreides.
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Sean Young como Chani |
Previa
disculpa por mi burda sinopsis, cabe decir que el producto final terminaría
siendo menospreciado por el mismo Lynch al no representar íntegramente su
concepción inicial. Desde luego, la culpa no recae propiamente en el artista;
al tener una duración original de aproximadamente cinco horas, en las que Lynch
describe lo más fielmente posible el universo de Herbert, la productora (por
razones obviamente comerciales) solicitó que se redujera a poco más de dos. La
película fracasó en taquilla y posiblemente la mala experiencia haya sido el
motivo por el cual Lynch se mantuvo alejando de las grandes productoras
desde entonces. Además de que la película fue vapuleada tanto por la crítica
especializada como por fanáticos de la saga novelística.
Por
injusto que resulte, no podía esperarse mucho de Lynch (nuevamente, comercialmente
hablando) cuando Star Wars ya había
dejado la vara muy alta, pues un público acostumbrado a la agilidad rimbombante
del género en aquella época (incluso en ésta) poco apreciaría de una obra como Dune más allá de sus involuntarias
dificultades. Sin embargo, no podemos negar que la película representa ya una pieza
indiscutible del rompecabezas fílmico que Lynch legó al mundo.